Blog personal en el que...

Escribo sobre temas que me interesan, me afectan, me gustan, me intrigan: algo bastante sobre política, pero también hay de urbanismo, diseño y temas diversos.

12.5.09

Al buen samaritano caraqueño

Hace un par de días tuve la experiencia de haber sido ayudado por un buen samaritano caraqueño. No sé su nombre. No lo conocía ni me conocía, pero me ayudó oportunamente y sin querer aceptar nada a cambio. Estoy profundamente agradecido y conmovido por su compasión y desprendimiento.

Sí. Tuve señales de que algo así podría ocurrirme pronto y ocurrió este lunes pasado. La batería de mi carro ya estaba por cumplir 3 años, pero el “ojito” seguía verde y, según, hasta que no se volviese rojo no tenía por qué cambiarla. Pero la sulfatación de uno de los bornes, el poco ímpetu del encendido y, sobre todo, porque estuve quitando y poniendo durante el pasado fin de semana largo, el cable de un borne para que no perdiera carga al estar estacionado, ya que tuve una falla que hacía que se quedaban encendidas las luces de los stops...

Pues el carro se me apagó justo en un sitio donde no podía volver a prenderlo empujado (es sincrónico). El sitio donde me accidenté era parte de un “camino peligroso”, como el que se menciona en la parábola de Jerusalén a Jericó (aunque por ser muy temprano en la mañana la cantidad de transeúntes me hacía percibir que su peligrosidad se reducía en alguna medida). Mis pasajeros continuaron a pie para llegar lo antes posible a su destino (excepto uno que iba mas lejos – hablo de mis hijos). Mientras me preguntaba qué hacer sin encontrar respuesta...  un carro se detiene y la persona se baja, con mucha determinación, a ayudarme. Era un tipo relativamente joven en short, franela y chanclas. Le digo que puede ser la batería y me dice que va a sacar la de él para conectarla y prenderlo. Lo hace y no prende de inmediato porque estaba “ahogado” en gasolina como consecuencia de haber yo “chancleteado” en exceso para que prendiera.

Pero un poco después re-intentamos y prendió. Sin apagarlo desconectamos su batería, colocamos la mía (que luego de ésto la fui a cambiar, por supuesto y, por cierto, la nueva la conseguí a más del doble de lo que me había costado la anterior) y al conectar la de él en su carro, pienso en darle algo de plata. Antes de que dijera o hiciera nada me dice: “No me vaya a dar nada. Me paré a ayudarlo porque soy de aquí y yo sé que ésto es candela”. Le dí las gracias, nos despedimos y continué mi trayecto.

Mientras voy en el carro me doy cuenta de que no sé su nombre. También me doy cuenta de que la ciudad no es totalmente cruel como típicamente nos la imaginamos. Haber sido ayudado por un compatriota totalmente desconocido fue tanto obra de él como de Él.

Agradezco profundamente al Cielo lo que ocurrió, así como agradezco la compasión y generosidad que un desconocido me brindó impecablemente. Que el universo le proporcione en abundancia lo que hizo por este desconocido de quien no aceptó sino las gracias. Que yo recuerde siempre este gesto y que valore lo que significa ser un samaritano, el que Jesús menciona en su parábola, o sea, un ser humano que sabe cuándo se encuentra a un prójimo para “amarlo (ayudarlo) como a sí mismo”: prójimo es aquél que uno encuentre herido (o quien pueda llegar a estarlo si se queda en la situación de riesgo en la que se encuentra).

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