Blog personal en el que...

Escribo sobre temas que me interesan, me afectan, me gustan, me intrigan: algo bastante sobre política, pero también hay de urbanismo, diseño y temas diversos.

9.12.22

La mala fe como sombra del Pragmatismo


Una conductora se desplaza en su vehículo por el canal izquierdo de una avenida. Llega a una intersección en la que no hay cruce a la izquierda y otro vehículo está detenido allí, esperando poder cruzar mientras obstaculiza ese canal. Ella se ve entonces obligada a detenerse y siente que le están haciendo perder su tiempo. Toca la corneta furiosamente para llamarle la atención al infractor. Él se molesta porque, según él mismo, no ve justificación para tanto escándalo.

¿Tiene mala fe el infractor al querer cruzar indebidamente obstaculizando la vía? ¿Tiene buena fe la conductora al tocarle la corneta con tanto énfasis para que no cruce y avance? ¿Cuál sería la reacción de la conductora si observa que al infractor un policía lo multa o alguien lo choca al cruzar?

Actuar pragmáticamente es considerado por algunos como algo positivo, pero para otros es todo lo contrario. El Pragmatismo como corriente filosófica es considerado, en una palabra, un antidogmatismo. Lo opuesto al Pragmatismo son entonces los fanatismos de todo tipo: políticos, religiosos, etc. En términos proactivos el Pragmatismo se puede distinguir como el darse cuenta de las posibles consecuencias que pueda tener lo que hagamos y decidir (existencialmente hablando) de acuerdo con los valores y principios que uno tenga. Quizás eso así no sea suficiente para darle un orden particular al mundo y, por tanto, no estaríamos ante un corpus filosófico como tal.

Sin embargo, es un hecho que el hacer (o dejar de hacer, que es también una forma de hacer a través de una no-acción deliberada) es un componente constitutivo del vivir; y darse cuenta de las consecuencias del hacer es parte del hacer de todo ser vivo. Qué, quién o cómo uno puede darse cuenta de algo es un asunto aparte, que excede el alcance del presente artículo. Por ahora asumamos que el darse cuenta (o consciencia), es uno de los recursos con los que cuentan los seres vivos para sobrevivir y que cualquier fanatismo o adicción (y también algunas enfermedades), pueden afectar esa capacidad en el sentido de reducirla o hasta eliminarla.

Una acción ejecutada por uno, deliberadamente o no, tiene consecuencias y estas pueden resultar positivas o negativas para otro (y para sí mismo, pero simplifiquemos por ahora esta posibilidad y pensemos en términos de uno / otro). Cada acción tiene un objetivo o intención definida (consciente o no) y esa intención puede ser calificada como "buena" o "mala" según la "fe" que se tiene hacia el resultado que se espera de la misma. Unas veces el objetivo coincide con las consecuencias, otras veces no. Así que ninguna intención pre-establecida cuenta con la certeza absoluta de que se realice de acuerdo con lo originalmente pensado. Pero toda acción, independientemente de su intención y de acuerdo con sus consecuencias, producirá reacciones tanto en quien la ejecuta como en quien es impactado por la misma. Las reacciones son un tipo particular de consecuencias que podríamos calificar de indirectas.

El siguiente esquema muestra las reacciones de uno / otro, según la intención con la que uno ejecuta acciones y las consecuencias directas de esas acciones para otro.


Uno puede darse cuenta de sus propias intenciones pero es difícil o imposible conocer de antemano las intenciones con las que otros vayan a hacer algo. Hipótesis: si las reacciones humanas tienden a ser universales (es decir que no varían según género, edad, etnicidad, u otras variables), podemos inferir el tipo de intención a través de dichas reacciones (propias y de otros), ante las consecuencias positivas o negativas de determinadas acciones.

En el caso del infractor que quiere cruzar a la izquierda donde no debe hacerlo, su reacción es airada al escuchar la insistente corneta que busca impedirle terminar lo que quería hacer. Por eso tiene una reacción "enemistosa" porque pareciera que él supone que la acción de la conductora sería resultado de su mala fe, mientras que él, por contraste, diría que tuvo buena fe en su intención (no quería molestar a nadie). A su vez, la conductora tocando corneta lo que hace es "reclamarle" sobre las consecuencias negativas del querer cruzar donde no debe, quizás suponiendo que, de paso, es algo que probablemente él esté haciendo de mala fe. Si, además, un policía agazapado decidiera actuar multando al infractor, este a lo mejor argumentaría que estaría apurado, que se trata de una emergencia para ayudar a alguien, etc.; en fin, intentaría "engañar" a la autoridad, sin reconocer ni un ápice de su mala fe, y dispuesto a ofrecer algún tipo de soborno (al haber una infracción, esta tiende a conectarse con otra y luego con otra, y otra...), para salir airoso del problema. Si la conductora observara al policía actuar correctamente, si pudiera se lo agradecería y además sentiría algo de schadenfreude (el placer de ver que alguien que produjo consecuencias negativas, no se sale con la suya impunemente). Si al infractor también lo hubiesen chocado, este a lo mejor se recluiría un tiempo en su casa sin manejar, aplicándose a sí mismo una dosis de ostracismo por no haber podido lograr su objetivo y, de paso, no lograr quedar impune. El policía, a su vez, habría experimentado alegría al sentir que actuó cumpliendo con su trabajo, honestamente y diligentemente.

El pensar en las consecuencias de lo que nos disponemos a hacer, reduce la posibilidad de actuar de mala fe. Sin embargo, un pragmatismo "dogmático" que consistiría en poder salirse siempre con la suya para obtener narcisísticamente beneficios propios, sin tomar en cuenta el perjuicio que se pueda ocasionar, puede descubrirse a través de observar reacciones tanto en uno como en otros. Un país en el que, por un lado, mucha gente muchas veces reclama, se siente enemiga, se excusa y se siente engañada; y, por el otro, pocas veces se alegra, se siente agradecida o experimenta schadenfreude, es un país en el que predomina un pragmatismo sombrío, uno en el que la moral (y no los muchos infractores) sufre de un ostracismo crónico.