Blog personal en el que...

Escribo sobre temas que me interesan, me afectan, me gustan, me intrigan: algo bastante sobre política, pero también hay de urbanismo, diseño y temas diversos.

5.12.17

Papá

En 2017, durante los meses previos a su partida, papá me dió la oportunidad para relacionarme mejor con dos asuntos claves; la vida y la muerte.

La vida
Mi papá como buen andino fue una persona muy centrada en sí mismo, casi que por temporadas podría considerársele un ermitaño. Se dedicaba a su trabajo, a su familia y a sus hobbies. Cuando hablábamos, me escuchaba mucho más de lo que decía. Y así como era de reservado con sus asuntos, a la hora de darnos un abrazo casi siempre lo sentí un poco incómodo por entrar en un contacto físico demasiado estrecho. Lo quise abrazar duro y besarlo muchas veces, pero solo en pocas ocasiones de una época lo logré hacer exitosamente.

Sólo describo mi percepción durante mi adolescencia y adultez. No creo que aplique a cuando yo era un bebé. Habiendo sido el primero de sus hijos y el primero de los nietos por parte de mis abuelos maternos, puedo garantizar que no sufro de "déficit de abrazos." Papá me tuvo muchas veces entre sus brazos y se lo agradeceré eternamente.

Volviendo al asunto de los pocos abrazos, este año eso se solucionó. Papá fue evolucionando hacia un estado parecido al de un bebé. Primero niño, luego bebé. ¿Quién no podría quererlo como bebé? En verdad era una especie de híbrido: sin dejar de ser un señor mayor de 88 años, era a la vez como un niño y luego como un bebé. La película "Benjamin Button" muestra este tipo de realidad híbrida, incomprensible a primera vista, misteriosa, pero que luego de suficiente contacto con ella, se recibe como algo natural, como parte de la vida y de uno mismo.

Es por eso que el aparente "déficit tardío de abrazos" fue eliminado, compensado y, además, completado con besos y cariños que en no pocas ocasiones fueron correspondidos por él. Papá no sólo se abrió a los abrazos y besos sino que además los correspondía en reciprocidad. Fue como verlo dejar de ser tan "andino" y volverse más "guaro."

Un día fui testigo de cómo en plena consciencia devolvió a mi hermano una frase cariñosa. Toto se acercó a él y le dijo "Te quiero mucho" y él lo agarró, lo acercó más todavía hacia él y le dijo "Te quiero mucho." A Toto, que no escribe mucho (creo yo), le tocará relatar su experiencia de décadas de interacciones diarias con papá. Me anoto para leer esos escritos con pasión.

Por ahora sólo quiero referirme a la interacción intensa que me correspondió vivir entre las fechas 05/05/2017 y 05/06/2017. En ese mes me correspondió cuidarlo como consecuencia de un acuerdo al que llegamos los 4 hermanos de irnos turnando por períodos de un mes, para que Toto pudiese descansar un poco. Sin exagerar, si Toto no descansaba algo, podría incluso enfermarse debido a lo demandante que resulta estar pendiente todos los días, a toda hora, de un adulto mayor en condiciones como las que se encontró papá al final de su maravillosa vida.

Cuidar a papá-bebé fue una experiencia fuerte para mí. Yo he cuidado bebés, pero esa tarea no tiene el ingrediente extraño de estar cuidando a quien te cuidó a tí mismo antes. Me levantaba cada día pensando en cómo atenderlo y me acostaba con el mismo pensamiento. Irle despertando, cambiarlo, curarle las heridas, prepararle un jugo de naranja y unas frutas picadas (lechosa, cambur); luego un huevo revuelto o un yogurt con gelatina; colocarle música para acompañar el rato en la cocina; sacarlo a llevar un poco de sol, hablarle, moverle las piernas, los brazos, el cuello; luego acostarlo un rato (después de haber cambiado las sábanas, si era necesario, y ver qué hacer de almuerzo para todos, aunque para él había crema de vegetales con pollo (una vez para variar sustituí el pollo por lagarto - osso bucco) y así se iba el día, buscando mantenerle la mejor calidad de vida posible, dentro de su condición.

Él no podía caminar y tenía que comer alimentos suaves o líquidos. Su memoria estaba algo comprometida y creo que eso lo llevaba a cerrar los ojos, aunque no estuviese dormido, por sentirse limitado para decir cosas. Creo que o no se acordaba bien quién era quién, o no encontraba las palabras para decir lo que quería decir.

Fue un mes de actividades estríctamente domésticas que me hizo más consciente de lo que culturalmente le toca más a las mujeres realizar: limpiar, atender, cocinar, organizar, decidir, tener paciencia, querer, acariciar... Fue como hacer una pasantía de un mes en el cargo de "mujer o señora de la casa." Por favor que esto no lo tome mi mamá como una crítica, ni mucho menos hacia ella. Ella, siendo de la misma edad que papá no podía encargarse directamente de esas tareas. La diferencia con él es que ella está muy bien en movilidad, memoria y demás funciones. Está perfecta y no lo digo porque sea mi bella mamá. Es perfecta.

Al ver a mi papá con esas limitaciones y al pensar lo difícil sino imposible de revertirlas, lloré en varias ocasiones, solo, en el cuarto. Lloré porque no me quedaba alternativa sino aceptar ese final en cámara lenta. Lloré por ser testigo y parte de algo parecido a una tragedia pero que, a su vez, era una situación que sucede como parte de la vida y, por eso mismo, hay que aceptarla. Es como perder un partido de fútbol y cuando eso va ocurriendo, cada gol del contrario duele. Pero antes de ese partido, mi papá se ganó el equivalente a la Copa Mundial de la FIFA, la Champions, el Escudetto, etc.

Papa vivió plenamente. Desde su formación básica en Ejido, Estado Mérida, su universidad en Mérida (ULA) y en Maracaibo (LUZ), hasta su vida profesional como ingeniero civil y su vida familiar en Barquisimeto, se desarrolló a plenitud. Construyó desde su bella casa hasta muchas otras casas, edificios, escuelas, carreteras, cloacas, drenajes, puentes, etc. Viajó por razones de trabajo o de placer muchas veces y leyó, y escuchó música y echó broma (sobre todo a sus propios hermanos), divirtiéndose y siendo a la vez un padre generoso, amable y, no por ello, menos estricto como corresponde a los andinos rajaos.

Esa persona tan activa y capaz se vió limitada al final, pero me gusta ver ese final como el necesario "aterrizaje" en el que se reduce poco a poco la altura y la velocidad de la vida, hasta detenerse sin estrellarse, como llegando tranquilo a la muerte. El misterio de la muerte no es menos porque uno se le aproxime de esa manera, reduciendo la velocidad. Sigue siendo un final. O el comienzo de otro "estado" del ser (pero eso resulta más misterioso todavía).

La muerte
Ser hijo de alguien que muere, en este caso mi papá, me permite hablar más directo de algo que me toca, de un hecho que he confirmado. Por lo tanto, no se trata de un "tema" o de una "reflexión." Me sucedió como experiencia, como oportunidad que papá (otra vez) me regala, como siempre lo hizo con tantas otras oportunidades.

En la medida en que lo ví reducir sus capacidades para comer, caminar, hablar, bañarse, vestirse, hacer sus necesidades, etc., fuí dándome cuenta de que estaba despidiéndose. Estaba avisando con tiempo que su larga y plena vida se agotaba y, en esa misma medida, fui llorando su ausencia anunciada, por cuotas, a veces solo y otras cuando estábamos él y yo solos, sin que él me viera.

Un par de meses antes de Mayo, en Semana Santa, él me hizo con cierta dificultad la siguiente pregunta: "¿Qué debo hacer?". Lo dijo mirándome a los ojos y entendí que se refería a su vida, por las limitaciones que ya en ese momento experimentaba. No me atreví a ahondar con él posibles respuestas a esa pregunta. La tomé como un motivo más para llorar porque indirectamente me estaba diciendo que vivir así no era lo que más deseaba, pero que no sabía qué hacer.

Mientras estuve con él durante el mes de Mayo, me propuse a brindarle todos los cuidados que podía darle y de alguna manera experimentó cierta recuperación de la depresión que le causaba la rutina a la que le llevó la serie de limitaciones. Le coloqué música mientras se desayunaba, se bañaba o cuando lo llevaba a tomar sol con su silla de ruedas. Le hablaba sobre sus hermanos, su familia en general, sus viajes. Pero al regresarme a Caracas, sentí que en un futuro cercano, el desenlace vendría y la pregunta la respodería él mismo con claridad: "irme."

Es doloroso. Soy parte de él, aunque sea yo mismo un individuo aparte. En mis manos, gestos, reacciones y, sobre todo, en mis recuerdos está él y sigue viviendo en cierta forma en mí. O visto de otra forma, yo también comencé a morir con él. La muerte ya no es algo ajeno a mí. Es un hecho que ocurre de verdad, porque mi papá es así, es un tipo muy serio que se muere de verdad y no anda con mariqueras.

Mi amigo Patxi Andrés muy amablemente me recomendó el siguiente ejercicio: "Respira profundo 2 veces e imagina que te conectas con tu papá a través de un cordón de plata y dile: Moisés sigue la luz, no tengas miedo, sigue la luz, vé a la luz. Adiós Moisés." He estado haciendo ese ejercicio. Lo hice más veces al día en esos días cercanos a su muerte y más distanciados en el presente. Mi sensación es que él siguió su camino hacia la luz. Que está integrándose a la luz. Que como siempre, esto también se lo tomó muy en serio y está haciendo lo que debe (y quiere) hacer.

El misterio está allí y es inevitable. El no está, pero a la vez está en mí. Está en los recuerdos, en las fotos, en los objetos, en sus obras. Como no está, lloro. Pero como sí sigue estando, también me alegro de haberlo conocido y de que siga en mí.

Gracias papá por ser mi papá.