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Escribo sobre temas que me interesan, me afectan, me gustan, me intrigan: algo bastante sobre política, pero también hay de urbanismo, diseño y temas diversos.

5.12.16

El discreto encanto de la banalización

Querido Buñuel, si estuvieses activo en el siglo XXI, no habrías malgastado tu energía con la burguesía en una era que podemos definir como post-burguesa. Los medios de comunicación, sean tipo estrella o tipo red, fueron el siglo pasado los principales constructores de prestigio e importancia. En el presente siglo son, en cambio, los grandes banalizadores.

Antes el poder dependía de generar prestigio y este se consolidaba y acrecentaba a través de los medios, contribuyendo así a una mayor concentración del mismo. Ahora el desprestigio o banalización producidos por los medios se convierte en la fórmula secreta de las formas más contemporáneas de poder. En el caso de Trump y su estrategia de campaña, quedó demostrado cómo la crítica a su discurso fue tomada como banalización del mismo, al tiempo que la banalización de la crítica hizo que las reacciones, fuesen serias o no, crecieran viralmente hasta conformar un peligrosísimo tsunami de banalización contínua que trajo su lamentable triunfo. Trump parece entender el siglo XXI. Hillary permaneció en el XX y por eso perdió.

Eso ocurrió tempranamente con Berlusconi en Italia y con Chávez acá en Venezuela. Chávez, con un pito en la boca, descabezó en vivo en la TV, a la principal industria del país, como si fuese Nerón tocando la lira, mientras gozaba viendo arder a Roma. Su sucesor Maduro no se queda atrás y sale en los medios bailando ante un país hambriento, enfermo y miserable.

El movimiento de los indignados en Europa fue una especie de estertor de las reacciones típicas del siglo XX que, en el mejor de los casos, sólo despertó la sospecha de tratarse simplemente de oportunistas. La banalización no perdona el indignarse. Los medios rechazan al genuinamente indignado como si fuese alguien que incumple las más esenciales normas de cortesía y buenas costumbres.

Escuché en la radio a un periodista y un economista que eran entrevistados sobre los nuevos billetes, el control de cambio y la hiperinflación en Venezuela. El tono del programa era como si estuviesen conversando sobre gastronomía o turismo. El poder que está detrás del manejo de la economía venezolana lograba así anotarse un nuevo "gol" porque la manera de hacer las críticas, las disminuía e invalidaba el tono banal con el que los propios entrevistados y el entrevistador las abordaban.

Eso es lo que quizás explica el tono de la mayoría de los periodistas "exitosos". El poder sólo se siente amenazado por la indignación, la cual se ausenta del espíritu con el que cotidianamente estos periodistas narran los gravísimos sucesos del país. En contraste, declaraciones desafiantes e indignadas como las del Dr. Muller en el Hospital de Los Magallanes de Catia la semana pasada, desataron una reacción inmediata, ilegal e inconstitucional por parte del gobierno porque probablemente este supone que ningún medio, en este siglo, puede atreverse a violar el acuerdo tácito de banalizar todo. Si te indignas en tu casa no importa, pero si sales en un medio o lo publicas en redes sociales, vas preso.

Décadas de la influencia "oriental" del desapego, el Zen o una forma de ver la vida sin tanta ansiedad, quizás sea lo que explique el "velo" NewAge que nos impide ver con claridad los graves abusos que desde el poder se perpetran cotidianamente. Por razones de salud, no debemos sostener emociones como la rabia o el estrés de manera prolongada. Por ello, desde la perspectiva de las audiencias la banalización siempre viene y se justifica porque llega para rescatarlas.

Mientras tanto, los cambios que colectivamente queremos y necesitamos hacer quedan disueltos en un presente de integración y naturalización de abusadores como Trump, Berlusconi, Chávez o Maduro en la sopa mediática de la TV, la radio y las redes sociales. La post-burguesía es invisible y no se preocupa demasiado por su reputación. De allí que, mi admirado Buñuel, el discreto encanto no está en ella, ni en sus valores, sino en banalizar todo.

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