A más de una década de Estebanismo en el poder, se ha formado una nueva clase dominante en Venezuela. A partir de la administración de nuestra enorme riqueza petrolera y fiscal (el IVA no es para nada despreciable), han surgido nuevos poderosos, conocidos bajo el remoquete de 'boliburgueses', junto a una serie de personajes famosos en distintas áreas. Muchos tienen dinero e influencias, pero todavía carecen de un ingrediente necesario para hacer sostenibles sus privilegios por otra década o más: el prestigio.
Las condecoraciones han sido un mecanismo políticamente muy utilizado para consolidar el prestigio que haya sido reconocido, de manera indiscutible, a personas que se destacan por su trayectoria. Pero a pesar de que éso siga ocurriendo, el utilizarlo para elevar el bajo nivel de prestigio de alguien sin ninguna trayectoria honorable, no parece funcionar. Por ejemplo, la Orden del Libertador ha sido entregada a militares y militantes por actuaciones muy puntuales de extrema lealtad al líder, sin que esa distinción los convierta en personalidades dignas de reconocimiento por parte de la gran mayoría de los venezolanos; también esa máxima Orden ha sido entregada a delegaciones enteras, desvirtuando su carácter individual y además sin justificación suficiente, restándole prestigio como intrumento para reafirmar prestigio individual.
Si las autoridades políticas no han logrado compensar eficazmente la falta de prestigio, otras autoridades como las académicas, eclesiásticas o mediáticas podrían quizás hacerlo. Sin embargo, la relación de los estebanistas con representantes de esas élites intelectuales ha sido muy tensa y conflictiva. Bajo el supuesto de que si no logro tenerlo tampoco nadie lo tendrá, el gobierno dedica enormes esfuerzos a desprestigiar a las universidades, la iglesia, los medios y a todo aquél que pueda tener altos niveles de prestigio, incluyendo a sus propios seguidores, como si quisieran que en el país de los ciegos solamente el tuerto pueda ser el comandante supremo.
Pero lo cierto es que no existe prestigio de los ministros de la economía ante los economistas; no existe prestigio de los de la salud ante los médicos; no existe prestigio de los de interior y justicia ante los abogados; no existe prestigio de los de las infraestructuras, ante los ingenieros; y así con todo, no existe prestigio prácticamente de ninguna alta autoridad llámese contralor, fiscal, defensor del pueblo, magistrado, diputado o general de división, ante importantes sectores de la población.
Que no tengan prestigio no significa que sean desconocidos. Gracias a la posición que ocupan, muchos logran hacerse famosos y, a veces, fama puede confundirse con prestigio pero no son lo mismo. Por ejemplo, las FARC o la ETA son muy famosos pero la gran mayoría no querría que se les asocie directamente con ellos. Eso demuestra que son organizaciones famosas pero de muy poco prestigio, fuera del que puedan despertar entre grupos similares.
La falta de prestigio del Estebanismo justamente impidió a las FARC que aumentara el de ellos, a través de la presunta identificación ideológica entre ambos, para así lograr que se les considerara 'insurgentes' en vez de terroristas. Por el contrario, las famosas pero poco prestigiosas autoridades venezolanas parecen recientemente orientarse a salvar la exigua aura democrática que les queda, distanciándose de esas 'relaciones peligrosas' y concentrándose más bien en reestablecer relaciones diplomáticas normales con el gobierno democrático de Colombia. El prestigio de la Democracia le sigue ganando al de la Revolución.
¿Por qué sucede ésto? ¿Son las gloriosas luchas de la humanidad por la libertad y el respeto a los derechos humanos lo que está detrás de ese imponente prestigio? ¿Cuántos Oliver Stones serán necesarios para reescribir la historia hasta fabricarle suficiente prestigio a figuras heróicas que se atornillan en el poder rodeados de símbolos personalistas y revolucionarios, pero que por sus ideologías no pueden ni podrán alcanzar resultados admirables en materia de desarrollo económico, social, ambiental, cultural y político en sus países?
¿Los seguirá eludiendo el tan codiciado prestigio? ¿Llegará la fama de un caudillo, cuan artista de Hollywood, a ser tan grande que logre convertirla engañosamente en prestigio? El prestigio podría convertirse en fama, pero no parece tan fácil que ocurra al revés.
Quien logre en un año que PuDreVAL, filial de PuDreVSA, pase de deplorablemente famosa a ser una prestigiosa empresa... merecerá indiscutiblemente la Orden del Libertador en Primer Grado.
¿Y si la privatizan vendiéndosela a Polar?
Excelente, Moisés.
ResponderEliminarGracias Chucho!
ResponderEliminar