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Escribo sobre temas que me interesan, me afectan, me gustan, me intrigan: algo bastante sobre política, pero también hay de urbanismo, diseño y temas diversos.

30.5.25

¿Refutacionismo o verificacionismo? Tips para vivir en la paradoja popperiana

 

     Imagen generada con Ideograph.

Resumen

Las tensiones entre refutacionismo y verificacionismo como marcos epistemológicos trascienden la metodología científica para convertirse en actitudes existenciales fundamentales ante la incertidumbre. Detrás del refutacionismo se encontraría una combinación de curiosidad y desobediencia intelectual, mientras que al verificacionismo lo motivaría la búsqueda de estabilidad y control ante la ansiedad epistémica. Esto refleja la paradoja popperiana de la tolerancia: para mantener un sistema abierto de conocimiento, este debe cerrarse ante aquello que intentaría cerrarlo. Estas tensiones se manifiestan en el liberalismo político y social, donde la apertura excesiva puede generar las condiciones para su propia erosión. Se propone que la clave no está en resolver estas paradojas sino en habitarlas conscientemente.

Introducción

La filosofía de la ciencia de Karl Popper nos legó una división aparentemente simple pero profundamente compleja: refutacionistas vs verificacionistas. Los primeros abrazan la falsación como motor del progreso científico; los segundos buscan confirmar y verificar teorías existentes. Sin embargo, esta distinción trasciende el laboratorio y se convierte en una tensión fundamental sobre cómo vivir con incertidumbre en un mundo que constantemente nos exige certezas.

El dilema psicológico detrás de la metodología

Detrás del refutacionismo se esconde una mezcla explosiva de curiosidad y desobediencia intelectual. El refutacionista genuino vive cómodo en la incertidumbre, encuentra placer en desmantelar certezas establecidas y abraza la humildad epistémica de saber que podría estar equivocado. Es, en esencia, un rebelde del conocimiento.

El verificacionista, por el contrario, está motivado por una búsqueda legítima pero psicológicamente más restrictiva: la necesidad de fundamentos sólidos, criterios claros y estabilidad cognitiva. Quizás no sea un control maquiavélico lo que busca, sino calmar la ansiedad epistémica traducida en un método que presume infalibilidad.

Aquí surge la primera paradoja: mientras que el refutacionismo parece más "científico" en términos popperianos, ambas actitudes podrían cumplir funciones complementarias en la generación de conocimiento.

La paradoja de la tolerancia científica

Popper no solo nos dio una metodología científica; nos ofreció una ética del conocimiento que refleja su famosa paradoja de la tolerancia: una sociedad tolerante debe ser intolerante con los intolerantes para preservar la tolerancia. Aplicado a la ciencia: una comunidad científica abierta debe ser "intolerante" con quienes intentan cerrar el debate o inmunizar sus teorías contra la crítica.

Esto significa que no todos los enfoques científicos merecen igual respeto. El predominio debería ser hacia la postura más fértil, la refutacionista, pero tolerando a los verificacionistas mientras no se vuelvan dogmáticos. Esto implica una asimetría necesaria, no un equilibrio balanceado entre perspectivas.

Tips para habitar la paradoja

1. Abraza el dogmatismo anti-dogmático

Sé inquebrantable en tu defensa de la apertura intelectual. Esto no es una contradicción sino una paradoja performativa necesaria: para mantener abierto el espacio donde todo puede cuestionarse, debes ser firme respecto a mantener ese espacio disponible.

2. Experimenta con la falta de curiosidad sobre la curiosidad

Permítete explorar controladamente qué sucede cuando abandonas temporalmente la actitud crítica. Como una vacuna conceptual, la experiencia controlada de buscar certezas puede inmunizarte contra el verificacionismo.

3. Practica la desobediencia reflexiva

No desobedezcas por rebeldía vacía. Atrévete a desobedecer la desobediencia. Esto puede generarte una comprensión profunda sobre por qué ciertos consensos muy atractivos necesitan también ser desafiados. La desobediencia intelectual auténtica requiere tanto valentía como prudencia.

4. Acepta la asimetría como virtud

Reconoce que no todas las posiciones intelectuales son igualmente válidas. Algunas actitudes (como la apertura a la crítica) son superiores a otras (como la “alergia” a refutar), no por dogma, sino por sus consecuencias para el progreso del conocimiento. Las jerarquías existen y merecen ser respetadas

5. Desarrolla tolerancia a la incertidumbre

La ansiedad ante lo desconocido es natural, pero ceder irreflexivamente ante ella, puede llevar a un autoritarismo intelectual. Dales la bienvenida a las preguntas abiertas. Considera que puede haber más de una respuesta correcta y que muchas de ellas serán provisionales mientras que otras resultarán simplemente falsas.

Más allá del laboratorio: la paradoja en la vida cotidiana

Esta tensión entre refutacionismo y verificacionismo se extiende mucho más allá de la ciencia. La vemos en política, donde el liberalismo ha cometido la torpeza de ser tolerante ante la posibilidad de su propia destrucción. La observamos en debates sociales, donde principios de no-discriminación derivan paradójicamente en nuevas formas de discriminación basadas en identidad.

El liberalismo político enfrenta el mismo dilema que el falsacionismo científico: ¿cómo mantener la apertura sin caer en la trampa de ser tan abierto que permitas el cierre del sistema?

La responsabilidad de la libertad

Para muchos, la responsabilidad de ser libres resulta una carga intolerable porque implica tomar decisiones bajo incertidumbre. El control (especialmente sobre otros) se convierte en una "pastilla" para calmar la ansiedad de verse como adultos responsables en un mundo sin garantías absolutas.

Aquí radica quizás la lección más profunda de Popper: tanto en ciencia como en la vida, el progreso requiere abrazar la libertad (y la incertidumbre que esta conlleva) como condición humana fundamental. La vida y la ciencia están llenos de viejos y nuevos problemas a resolver. La tarea de resolverlos es permanente y muy probablemente inacabable.

Vivir conscientemente la paradoja

La clave no está en resolver estas tensiones sino en habitarlas conscientemente. Al caminar en una cuerda floja, el llegar exitosamente a la meta no viene de encontrar un punto fijo en la mitad del camino, sino de ajustar constantemente el equilibrio en movimiento.

Esto requiere de lo que podríamos llamar "sabiduría práctica paradójica": la capacidad de ser dogmáticamente anti-dogmático, de desobedecer la desobediencia cuando sea necesario, de ser curioso sobre los límites de la curiosidad. Que el ejercicio de la libertad nos haga más responsables parece un contrasentido, porque tendemos a asociar la responsabilidad con el control, no con ser libres. Controlar y ser controlado crea una falsa ilusión de responsabilidad que en realidad es autoritarismo y abuso de poder. La autoridad que emana de cada quien es la consecuencia de ser adultos que se relacionan como tales en libertad, no lo que se impone a través de controles.

El antídoto cultural

La curiosidad y la desobediencia intelectual son los antídotos para desarrollar el potencial que las sociedades abiertas poseen. Pero deben aplicarse con la consciencia de que también pueden volverse contra sí mismas si no se practican con discernimiento.

El verdadero arte está en vivir las paradojas con plena consciencia sobre su sentido, reconociendo que ciertas tensiones no deben resolverse sino navegarse con prudencia.

En última instancia, la paradoja popperiana nos enseña que la adultez intelectual no consiste en encontrar respuestas definitivas, sino en desarrollar la capacidad de hacer preguntas y vivir las tensiones que esas preguntas inevitablemente generen.

Porque al final, como diría el propio espíritu de la paradoja: solo regañando a los regañones podemos mantener vivo el espacio donde nadie necesite regañar a nadie.

 

Bibliografía de referencia

Fuentes Primarias:

Popper, Karl R.

  • La lógica de la investigación científica (1934/1959). Tecnos.
  • La sociedad abierta y sus enemigos (1945). Paidós.
  • Conjeturas y refutaciones: El desarrollo del conocimiento científico (1963). Paidós.
  • El mito del marco común (1994). Paidós.

Filosofía de la Ciencia y Epistemología:

Kuhn, Thomas S.

  • La estructura de las revoluciones científicas (1962). Fondo de Cultura Económica.

Lakatos, Imre

  • La metodología de los programas de investigación científica (1978). Alianza Editorial.

Feyerabend, Paul K.

  • Contra el método: Esquema de una teoría anarquista del conocimiento (1975). Tecnos.

Polanyi, Michael

  • Personal Knowledge: Towards a Post-Critical Philosophy (1958). University of Chicago Press.

Filosofía Política y Social:

Berlin, Isaiah

  • Dos conceptos de libertad (1958). En Cuatro ensayos sobre la libertad. Alianza Editorial.
  • El erizo y la zorra (1953). Península.

Fromm, Erich

  • El miedo a la libertad (1941). Paidós.

Hofstadter, Richard

  • The Paranoid Style in American Politics (1964). Vintage Books.

Filosofía y Psicología del Conocimiento:

Dostoyevski, Fiódor

  • Los hermanos Karamázov (1880). [Especialmente el capítulo "El Gran Inquisidor"]

Žižek, Slavoj

  • Violencia en acto (2004). Paidós.
  • En defensa de la intolerancia (2007). Sequitur.

Taleb, Nassim Nicholas

  • Antifrágil: Las cosas que se benefician del desorden (2012). Paidós.

Estudios sobre Personalidad y Cognición Científica:

Mitroff, Ian I.

  • The Subjective Side of Science (1974). Elsevier.

Mahoney, Michael J.

  • Scientist as Subject: The Psychological Imperative (1976). Ballinger.

Filosofía de la Tolerancia y Paradojas Sociales

Marcuse, Herbert

  • Tolerancia represiva (1965). En Crítica de la tolerancia pura. Editora Nacional.

Rawls, John

  • Teoría de la justicia (1971). Fondo de Cultura Económica.

Epistemología Social y Filosofía de la Ciencia Contemporánea:

Longino, Helen E.

  • Science as Social Knowledge (1990). Princeton University Press.

Kitcher, Philip

  • Science, Truth, and Democracy (2001). Oxford University Press.

Goldman, Alvin I.

  • Knowledge in a Social World (1999). Oxford University Press.

Literatura Complementaria sobre Paradojas y Dialéctica:

Adorno, Theodor W. y Horkheimer, Max

  • Dialéctica de la Ilustración (1944). Trotta.

Derrida, Jacques

  • De la gramatología (1967). Siglo XXI.

Wittgenstein, Ludwig

  • Investigaciones filosóficas (1953). Crítica.

Nota de Claude: Esta bibliografía refleja tanto las fuentes directamente mencionadas en el artículo, como aquellas que proporcionan un contexto teórico relevante para las ideas desarrolladas. Se incluyen tanto textos clásicos fundacionales como trabajos contemporáneos que han expandido o criticado estas perspectivas.

Este artículo lo escribí conjuntamente con Claude Anthropic. Ideas seminales, correcciones de estilo y revisión general estuvieron a mi cargo.


18.5.25

Una trilogía de artículos inspirados en el imperativo categórico de Kant, con una reflexión sobre la forma en que se escribieron conjuntamente con Claude, uno de los modelos de IA

 

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Tres artículos y un "D'Artagnan" reflexivo. También esta entrega trae como bonus-track unos audios que genera notebooklm.google.com, que los pedí en inglés para quienes quieran disfrutarlos de esa manera.

Artículo 1:

El Imperativo Categórico de Kant: Consentimiento, Manipulación e Instrumentalización

Moisés P. Ramírez.

Resumen

El imperativo categórico kantiano, particularmente en su formulación de que se debe tratar a los seres humanos como fines en sí mismos y nunca simplemente como medios, plantea desafíos prácticos en tres contextos contemporáneos. Primero, el consentimiento de asumir roles instrumentales que, aunque se considere un ejercicio de autonomía, resulta insuficiente cuando está condicionado por presiones socioeconómicas o contradice la dignidad propia de cada quien. Segundo, toda manipulación encubierta viola el principio kantiano incluso cuando la persona manipulada no se percate de ello, pues socava fundamentalmente su autonomía racional. Tercero, en organizaciones, la característica instrumental de estas tiende a atribuirse transitivamente a sus empleados, facilitada por el uso de categorías como "recursos" para referirse a ellos. El imperativo categórico mantiene su relevancia como principio ético, pero requiere de interpretaciones contextuales que reconozcan los límites del consentimiento formal, la tensión entre autonomía ideal y manipulada, así como la dimensión social de la dignidad que las estructuras organizacionales modernas plantean como desafío.

Palabras clave:
Imperativo categórico, Kant, dignidad humana, consentimiento, autonomía, manipulación, instrumentalización, ética organizacional, recursos humanos, transitividad moral, lenguaje ético, reconocimiento intersubjetivo.

Introducción

El imperativo categórico constituye el núcleo de la filosofía moral de Immanuel Kant, presentado principalmente en su obra "Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres" (1785). A diferencia de los imperativos hipotéticos, que dependen de deseos o metas particulares, el imperativo categórico establece principios morales universales y necesarios. Kant lo formuló de varias maneras complementarias, siendo las más conocidas:

  1. Formulación de la ley universal: "Obra solo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal".
  2. Formulación del fin en sí mismo: "Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio".

Esta segunda formulación es particularmente relevante para nuestro análisis. Como el propio Kant señala:

"El hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no meramente como medio para el uso arbitrario de esta o aquella voluntad, sino que debe ser considerado siempre y al mismo tiempo como fin en todas sus acciones, tanto las dirigidas a sí mismo como a otros seres racionales" (Kant, Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, 1785).

Esta concepción del ser humano como fin en sí mismo fundamenta la dignidad humana y establece límites morales claros contra la instrumentalización de las personas. Sin embargo, su aplicación práctica plantea cuestiones complejas que merecen un análisis detallado.

1. Consentimiento y roles instrumentales

La autonomía y sus complejidades

El consentimiento informado y voluntario parece resolver la aparente contradicción entre asumir un rol instrumental y ser tratado como fin en sí mismo. Cuando una persona consiente libremente ser utilizada como medio para un fin, está ejerciendo precisamente su autonomía racional, que es lo que Kant considera la base de la dignidad humana.

Por ejemplo, un bombero elige voluntariamente una profesión donde arriesga su vida para salvar a otros. Al consentir este rol, ejerce su autonomía afirmando su dignidad, a pesar de que su función implica la instrumentalización de sí mismo. Su libre decisión de servir como "medio" para otros es paradójicamente una afirmación de considerarse un fin en sí mismo.

Existe también una diferencia crucial entre ser usado parcialmente como medio (en aspectos específicos y consentidos) y ser reducido completamente a un medio. Los contratos laborales implican un uso parcial y acordado de las capacidades de una persona, mientras se reconoce como ser humano integral.

Por ejemplo, una community manager que ofrece sus servicios a una empresa está consintiendo el uso limitado de sus habilidades para fines comerciales. No obstante, todo cliente ético reconocerá que ella es más que su capacidad de crear contenidos e interactuar: tiene su vida personal, necesita descanso y se merece un trato respetuoso más allá de su productividad.

Las sombras del consentimiento

Sin embargo, el consentimiento casi nunca es perfecto en la práctica. Está condicionado por asimetrías de información, poder y necesidades.

Por ejemplo, un trabajador migrante podría tener que aceptar condiciones laborales precarias en un país extranjero. Su decisión podría estar fuertemente condicionada por la necesidad económica, el desconocimiento de sus derechos y la falta de alternativas viables. Este "consentimiento" del migrante difícilmente satisface el estándar kantiano de autonomía racional plena.

La auto instrumentalización puede resultar contradictoria con la propia dignidad racional. Como señala Kant en sus reflexiones sobre el suicidio, no podemos usar nuestra libertad para negar nuestra libertad.

Otro ejemplo, una persona que acepta participar en un reality show degradante donde será humillada para entretenimiento público está consintiendo algo que socava su propia dignidad. Aunque formalmente ejerza su autonomía aceptando ese rol, el contenido de esa decisión contradice el respeto que debería tenerse a sí misma como fin y no como medio.

2. Manipulación, ignorancia y violación indirecta

La dignidad vulnerada sin conocimiento

Desde una perspectiva kantiana, la intención con la que se justifican acciones tiene un peso moral significativo. Quien manipula escondidamente a otro tiene la intención de instrumentalizarlo, independientemente de que la víctima se dé por enterada.

Por ejemplo, un vendedor de seguros oculta deliberadamente cláusulas restrictivas a un cliente anciano y le hace creer que está adquiriendo una cobertura completa. Ese vendedor lo está manipulando, utilizándolo como medio para ganarse su comisión. El cliente, ignorando que ha sido instrumentalizado, podría sentirse satisfecho con su compra, pero la violación a su autonomía ya habrá ocurrido.

La manipulación encubierta socava precisamente lo que fundamenta la dignidad humana según Kant: la capacidad de decisión racional autónoma. Al distorsionar la información o las percepciones que informan las decisiones, se interfiere con esa racionalidad práctica de la persona y, por lo tanto, eso implica un trato indigno.

Por ejemplo, una campaña política que utilice datos psicométricos para enviar mensajes personalizados que exploten miedos inconscientes de los votantes, mina la capacidad de decisión racional de estos, incluso si ellos se sienten atraídos a votar. Su aparente autonomía oculta una manipulación que los reduce a medios para alcanzar el ascenso de alguien poco ético, al poder político.

La libertad aparente

Se podría plantear que el daño moral se vincula con la experiencia subjetiva. Si la persona manipulada no siente su dignidad afectada y mantiene su autopercepción como agente autónomo, ¿existe realmente una violación?

Si un amigo nos sugiere que vayamos a un restaurante aparentemente por su calidad, pero en realidad él recibe una comisión por cada cliente que lleva, y eso no lo sabemos. Luego disfrutamos de la comida y no nos sentimos para nada “utilizados.” ¿Qué no nos hayamos sentido utilizados minimiza la transgresión moral?

La realidad es que no toda influencia constituye una instrumentalización completa de la persona. Existe todo un espectro desde la persuasión legítima hasta la manipulación coercitiva.

Por ejemplo, un padre le esconde las verduras en la comida a su hijo pequeño para asegurar que su nutrición sea cada vez mejor; versus un estafador que manipula a ancianos para vaciar sus cuentas de ahorro. Ambos ocultan información, pero el primero actúa reconociendo al niño como fin (su salud), mientras que el segundo reduce completamente a la víctima a un medio para su enriquecimiento.

3. Las organizaciones y la transitividad de la instrumentalización

La cosificación institucionalizada

Las organizaciones, sean empresas o instituciones públicas, son por definición medios para lograr fines determinados. Esta característica instrumental tiende a transferirse a las personas que trabajan en ellas, especialmente en el sector de servicios.

Por ejemplo, una aerolínea es un medio para transportar personas. Con frecuencia, los pasajeros frustrados por retrasos tratan a las azafatas y al personal de tierra como simples extensiones de este servicio, olvidando que son personas con dignidad propia. "¡Usted está aquí para servirme!" grita un pasajero enfadado, reduciendo completamente al empleado a su función.

Esta transitividad de la instrumentalización se intensifica cuando la interacción está mediada por tecnología o procedimientos estandarizados o burocráticos que deshumanizan el contacto.

En el caso de clientes que interactúan con representantes de atención al cliente, a través de un chat, frecuentemente olvidan que hay un ser humano al otro lado. Las expresiones de frustración, amenazas o insultos que no se dirían cara a cara se vuelven comunes, tratando al representante como una simple extensión de la interfaz digital.

El lenguaje como catalizador de la instrumentalización

La terminología organizacional que define a las personas como "recursos", "capital" o "activos" refuerza la visión instrumental. El lenguaje moldea la percepción y facilita el trato de personas como simples medios.

Por ejemplo, en una reunión corporativa, un directivo se refiere a la necesidad de "optimizar recursos humanos en el departamento X", facilitando decisiones de despidos masivos sin considerar el impacto humano. La designación como "recursos" ha preparado el terreno para tratarlos exclusivamente como medios reemplazables.

Las métricas de rendimiento que reducen el valor de un empleado a números y estadísticas contribuyen a esta deshumanización.

Si un responsable de una plataforma digital es evaluado exclusivamente por algoritmos basados en tiempo de entrega y calificaciones, al bajar su puntuación, podría ser desactivado automáticamente, sin oportunidad de explicar las circunstancias personales que estarían detrás de alguna falla. El sistema lo ha reducido completamente al rol que desempeña y siendo considerado como un simple recurso o medio, lo descarta.

Resistencia y reconocimiento

Algunas organizaciones intentan contrarrestar esta tendencia mediante políticas que reafirman la dignidad de sus empleados frente a clientes o usuarios.

En un café donde se coloquen carteles recordando a los clientes que los baristas son personas dignas de respeto, o en una oficina donde se impongan medidas para evitar el abuso verbal hacia los empleados, la transitividad automática de la instrumentalización se reduce o se elimina.

La cultura organizacional puede convertirse en la clave para reforzar o para contrarrestar la tendencia a la instrumentalización transitiva.

Si en un hospital se implementa el modelo de "atención centrada en la persona", dirigido tanto a pacientes como a profesionales de la salud, las personas tenderán a tratarse recíprocamente como fines en sí mismos. Ese hospital se diferenciaría de instituciones donde médicos y enfermeras son vistos como “máquinas” que ejecutan procedimientos estandarizados, y a su vez ellos verían a los pacientes como cosas tipo "la apendicitis de la habitación 304".

Conclusión: Límites y alcances del imperativo categórico

El imperativo categórico de Kant, especialmente en su formulación de la humanidad como fin en sí misma, establece una moral universal que sigue siendo fundamental para nuestra civilización occidental. Sin embargo, su aplicación práctica revela tensiones y límites importantes:

  1. Tensión entre autonomía formal y sustantiva: El imperativo categórico presupone una autonomía racional ideal, pero en la práctica, nuestras decisiones están condicionadas por factores psicológicos, sociales y materiales. El bombero que "elige" su profesión puede estar influido por tradiciones familiares, presiones económicas o limitadas opciones educativas, complicando la noción de consentimiento puramente autónomo.
  2. Insuficiencia del consentimiento simple: El mero consentimiento no resuelve completamente la cuestión moral de la instrumentalización. La calidad del consentimiento, las condiciones que lo rodean, y sus efectos a largo plazo sobre la dignidad de la persona son igualmente relevantes. La migración laboral precaria ilustra cómo el "consentimiento" bajo condiciones de necesidad extrema puede encubrir formas de explotación incompatibles con el respeto a la dignidad humana.
  3. Dimensión intersubjetiva de la dignidad: Aunque Kant enfatiza la autonomía individual, nuestro análisis revela que la dignidad humana tiene también una dimensión intersubjetiva y social. El trato que reciben los empleados de servicios demuestra cómo las estructuras organizacionales pueden facilitar o dificultar el reconocimiento mutuo como fines en sí mismos.
  4. El desafío de las organizaciones: Las estructuras organizacionales modernas plantean un desafío particular al imperativo categórico. Al diseñar organizaciones, enfrentamos la paradoja de crear entidades instrumentales (medios) compuestas por personas (fines). La terminología de "recursos humanos" revela la tensión constante entre eficiencia organizacional y dignidad humana.
  5. El poder del lenguaje: Nuestros análisis muestran cómo el lenguaje que empleamos para designar roles o funciones puede facilitar la instrumentalización. Replantear términos como "recursos" o "capital humano" podría ser un primer paso para reconocer la humanidad plena de quienes trabajan en organizaciones.

El imperativo categórico mantiene su relevancia como horizonte normativo que nos recuerda constantemente que cada ser humano posee un valor inherente no negociable. Sin embargo, su aplicación concreta requiere una interpretación contextual y dialógica que reconozca tanto la autonomía individual como nuestra interdependencia social. Los dilemas del consentimiento, la manipulación y la instrumentalización organizacional que hemos analizado muestran que, más que una fórmula rígida, el imperativo categórico debe entenderse como un principio ético que nos impulsa continuamente a reflexionar sobre cómo nuestras acciones e instituciones afectan la dignidad y autonomía de los demás, en el contexto de la Modernidad.

Ideas seminales, correcciones de estilo y revisión general: Moisés P. Ramírez
Desarrollo del texto: Claude 3.7 Sonnet de Anthropic.

 

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Artículo 2:

Instrumentalización, Autoritarismo y Corrupción: Una Perspectiva Kantiana Amplia

Moisés P. Ramírez

Resumen

Este ensayo examina cómo la instrumentalización de las instituciones democráticas puede extenderse a los funcionarios públicos, generando consecuencias negativas. El autor plantea que cuando los ciudadanos tratan a los servidores públicos meramente como instrumentos y ellos a su vez a la gente, pueden provocarse dos problemáticas: 1) una tendencia hacia el autoritarismo, donde la dignidad institucional buscarían recuperarla mediante jerarquías rígidas; y 2) la corrupción sería un mecanismo compensatorio que serviría para restaurar estatus y respeto, al poder sentir que ya podrían vivir “dignamente.” Esto es una "círculo vicioso" donde autoritarismo y corrupción se reforzarían mutuamente. Desde una perspectiva kantiana, este dilema podría superarse construyendo relaciones en las que ciudadanos y funcionarios públicos se reconozcan como "fines en sí mismos," manteniendo simultáneamente los necesarios controles democráticos. Este reconocimiento recíproco de dignidad es esencial para recuperar en la actualidad la maltrecha salud de las repúblicas democráticas.

Palabras clave:
Instrumentalización, democracia, autoritarismo, corrupción, dignidad, imperativo categórico, Kant, servicio público, cleptocracia, ética gubernamental.

 

Introducción

La concepción de los gobiernos como instrumentos al servicio de los ciudadanos representa uno de los pilares fundamentales del pensamiento democrático liberal. A diferencia de las monarquías absolutas, donde el poder emanaba "por derecho divino" y los súbditos existían para servir a la corona, las democracias constitucionales invierten esta relación: el gobierno se convierte en un medio para garantizar derechos, bienestar y justicia a los ciudadanos. Sin embargo, esta instrumentalización institucional podría estar contribuyendo, paradójicamente, a fenómenos que socavan los propios sistemas democráticos.

Este análisis examina la hipótesis de que la transitividad de la instrumentalización desde las instituciones gubernamentales hacia quienes las conforman—funcionarios públicos, desde altos cargos hasta empleados que atienden público desde taquillas—genera dinámicas que podrían explicar parcialmente el resurgimiento de tendencias autoritarias en sociedades democráticas establecidas, así como el desarrollo paralelo de sistemas cleptocráticos donde la corrupción se convierte en una respuesta ante la pérdida de dignidad percibida.

1.        La instrumentalización democrática: fundamentos teóricos

El contrato social y la instrumentalización legítima

La idea del gobierno como instrumento encuentra sus raíces en las teorías contractualistas que fundamentaron las democracias modernas. Locke, Rousseau y posteriormente Kant concibieron el gobierno como resultado de un acuerdo entre ciudadanos para la protección de sus derechos y la promoción del bien común.

Carl J. Friedrich (1950) señalaba que "la democracia constitucional presupone que el gobierno es un instrumento del pueblo, y no al revés". Esta visión instrumental es explícita en documentos fundacionales como la Declaración de Independencia estadounidense: "los gobiernos se instituyen entre los hombres, derivando sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados".

Hannah Arendt (1963) profundizó esta idea, distinguiendo entre poder legítimo (generado por el consentimiento ciudadano) y violencia o dominación. El gobierno democrático, para Arendt, es precisamente el instrumento mediante el cual el poder ciudadano se canaliza constructivamente.

Transitividad de la instrumentalización

Michael Walzer (1983) en "Esferas de la Justicia" advierte sobre los peligros de invasión de lógicas instrumentales entre distintas esferas sociales. Aunque no aborda directamente el fenómeno de transitividad hacia funcionarios públicos, su análisis sobre cómo la instrumentalización económica puede degradar otras esferas ofrece un modelo aplicable a nuestra hipótesis.

Richard Sennett (1998) en "La Corrosión del Carácter" describe cómo las instituciones modernas tienden a tratar a las personas como "descartables, intercambiables y prescindibles". Aunque su análisis se centra en el ámbito corporativo, es aplicable a las instituciones públicas donde ciudadanos interactúan con funcionarios como si fueran meras extensiones de una máquina burocrática.

2.    Manifestaciones de la instrumentalización gubernamental

La degradación del servicio público

Charles Taylor (1989) identifica la "primacía de la razón instrumental" como una de las "incomodidades de la modernidad". Para Taylor, esta razón instrumental—que evalúa todo en términos de eficiencia y resultados—ha penetrado esferas que deberían responder a distintas lógicas, incluyendo la gubernamental.

Jane Mansbridge (2003) observa un desplazamiento del "modelo deliberativo" hacia el "modelo adversarial" en las democracias contemporáneas. Los ciudadanos no ven a funcionarios y políticos como participantes en una deliberación colectiva sobre el bien común, sino como agentes que buscan satisfacer demandas particulares, incluyendo las propias.

Por ejemplo, el trato que reciben los empleados de taquillas de servicios públicos refleja esta instrumentalización. Típicamente, un ciudadano frustrado por la lentitud de los trámites burocráticos exclama: "¡Trabajen! ¡Para eso les pago con mis impuestos!", reduciendo así al funcionario a un mero instrumento de servicio, desconociendo su dignidad y las limitaciones sistémicas que podría estar enfrentando.

La política como mercado de servicios

Michael Sandel (2012) en "Lo que el dinero no puede comprar" analiza cómo la lógica mercantil ha invadido esferas que tradicionalmente respondían a valores cívicos. La relación ciudadano-Estado se reconfigura como una de cliente-proveedor.

Colin Crouch (2004) acuñó el término "postdemocracia" para describir sistemas donde persisten las formas democráticas pero el contenido se ha vaciado. Un aspecto central de esta postdemocracia es precisamente la concepción del ciudadano como un simple consumidor de servicios públicos.

Si las campañas electorales prometen "eficiencia" gubernamental como principal virtud, estrían equiparando a la administración pública con una empresa y a los votantes con clientes. "Voy a administrar el país como una empresa", promete un candidato, reforzando una visión puramente instrumental del gobierno.

La deshumanización de la política

Martha Nussbaum (2013) advierte sobre los peligros de la reificación en la esfera política. Cuando reducimos a políticos y funcionarios a meros instrumentos o cosas, perdemos de vista su humanidad integral y, con ello, la posibilidad de generar relaciones basadas en la empatía y el reconocimiento mutuo entre gobernantes y ciudadanos.

Axel Honneth (1995), desde la teoría del reconocimiento, sostiene que una democracia saludable requiere formas de reconocimiento intersubjetivo que trasciendan la instrumentalización. La mera relación medios-fines entre ciudadanos y funcionarios socava este reconocimiento necesario.

Recientemente, con el auge de la hostilidad en redes sociales hacia figuras políticas, donde se normaliza el trato deshumanizado, el político que cometa un error será sometido a burlas sobre su apariencia física o circunstancias personales, asuntos completamente desconectados de su función pública.

3.    El atractivo renovado del autoritarismo

La nostalgia de la dignidad institucional

Norbert Elias (1982) estudió cómo las sociedades cortesanas pre-democráticas establecían elaborados rituales que sacralizaban la autoridad. Estos rituales, aunque limitaban la libertad de la gente, protegían a quienes ejercían funciones públicas de ser tratados indignamente como instrumentos.

Svetlana Boym (2001) desarrolló el concepto de "nostalgia restaurativa" para describir impulsos políticos que idealizan un pasado donde las jerarquías eran claras y estables. Esta nostalgia puede explicar parcialmente la atracción hacia sistemas que prometen restaurar la "dignidad perdida" de las instituciones.

Los rituales elaborados que mantienen monarquías constitucionales como la británica o la española, son ejemplos de cómo buscar perpetuar un "aura" que proteja a ciertas instituciones de la completa instrumentalización. La pompa ceremonial del "discurso del trono" contrasta dramáticamente con la forma en que se perciben los discursos presidenciales en muchas repúblicas.

La eficiencia autoritaria como promesa

Francis Fukuyama (2014) ha revisado su tesis sobre "el fin de la historia", reconociendo que sistemas autoritarios eficientes, como el chino, presentan un desafío conceptual a las democracias liberales. Una hipótesis es que estos sistemas protegen a sus funcionarios de la instrumentalización ciudadana mediante el temor reverencial a la autoridad.

Yascha Mounk (2018) identifica la "democracia sin derechos" como uno de los caminos hacia el autoritarismo moderno. Gobiernos elegidos democráticamente inician procesos de erosión institucional, justificados por la promesa de mayor eficacia al liberar a la administración de los "obstáculos" que representa el control ciudadano.

Si un líder autoritario implementa políticas mediante decretos ejecutivos, evitando el debate parlamentario, es muy probable que muchos de sus seguidores celebren tal conducta y afirmen: "Por fin alguien que hace las cosas sin tanta palabrería", privilegiando la eficiencia percibida por encima del proceso deliberativo democrático.

 

La dignidad recuperada a través de la autoridad carismática

Max Weber (1919) identificó la autoridad carismática como una de las fuentes de legitimidad política. En tiempos de crisis de las instituciones burocráticas, esta forma de autoridad resurge prometiendo restaurar la dignidad perdida del Estado y sus funcionarios.

Jan-Werner Müller (2016) analiza cómo el populismo contemporáneo frecuentemente incorpora elementos autoritarios basados en la identificación directa entre el líder carismático y "el pueblo verdadero", excluyendo a quienes cuestionen esta identificación.

Muchos líderes que rechazan protocolos institucionales, lo hacen para mostrar una imagen de "fuerza" que contrasta con la percepción de "debilidad" de los funcionarios que disciplinadamente siguen procedimientos establecidos. "No me tiembla la mano para hacer lo necesario", proclama un líder, sugiriendo que la verdadera dignidad radica en la capacidad de acción decisiva, no en el respeto a procesos.

4.    La corrupción como respuesta a la pérdida de dignidad

Restauración del estatus a través de recursos económicos

Pierre Bourdieu (1986) ofrece un marco teórico valioso al distinguir entre diferentes formas de capital (económico, cultural, social y simbólico). Funcionarios desprovistos de capital simbólico (respeto, reconocimiento) pueden buscar compensarlo a través del capital económico obtenido ilícitamente.

Robert K. Merton (1968) desarrolló la noción de "innovación" como respuesta adaptativa cuando existe una disyunción entre metas culturalmente valoradas (estatus, respeto) y los medios legítimos para alcanzarlas. La corrupción puede entenderse como una "innovación" en el sentido mertoniano.

Si un funcionario de nivel medio, constantemente tratado con desdén por los ciudadanos, comienza a solicitar sobornos por agilizar trámites, con el tiempo, acumulará el dinero que le permitirá exhibir símbolos de estatus (auto de lujo, ropa cara), que le generen un trato más respetuoso en su comunidad.

La espiral corruptiva: de la necesidad de respeto a la cleptocracia

Susan Rose-Ackerman (1999), pionera en el estudio de la corrupción, señala que, una vez iniciados los comportamientos corruptos, estos tienden a normalizarse y expandirse dentro de las instituciones. Lo que comienza como búsqueda de respeto puede evolucionar hacia sistemas cleptocráticos completos.

Donatella della Porta (2017) ha estudiado la "corrupción sistémica" como fenómeno que transforma la estructura completa de gobernanza. En su análisis, la corrupción no es meramente una desviación individual sino una reconfiguración institucional donde la apropiación privada de lo público se convierte en norma operativa.

Lo que comienza como pequeños sobornos para "sentirse respetado," evoluciona hacia redes complejas donde se negocian contratos públicos, se manipulan licitaciones y se desvían fondos masivamente. La escala de la riqueza acumulada termina permitiéndole a los funcionarios corruptos comprar protección política e inmunidad judicial.

La transformación moral de los funcionarios corruptos

Zygmunt Bauman (1989) desarrolló el concepto de "adiaforización" para describir procesos mediante los cuales acciones moralmente cuestionables son colocadas en un espacio neutro, exento de evaluación ética. Funcionarios que inicialmente justifican la corrupción como respuesta a un trato indigno, terminan normalizando comportamientos cada vez más desviados.

Jonathan Haidt (2012) podría explicar este fenómeno desde su teoría del "razonamiento moral motivado": una vez que los funcionarios desarrollan un interés personal en justificar la corrupción, su razonamiento moral se ajusta selectivamente para minimizar la disonancia cognitiva.

Si un funcionario, inicialmente reticente, decide aceptar sobornos este desarrollará una narrativa de autojustificación cada vez más elaborada, afirmando que: "todos lo hacen", "es una compensación justa por lo mal que nos pagan", "los políticos roban millones, esto no es nada", "en realidad estoy ayudando a que el sistema funcione", etc. Esta narrativa refleja la decadencia moral paralela a la práctica corrupta.

Corrupción y autoritarismo: una simbiosis perfecta

Sarah Chayes (2015) en "Thieves of State" documenta cómo las redes de corrupción avanzada requieren y promueven estructuras autoritarias para su protección. La rendición de cuentas democrática representa una amenaza existencial para funcionarios corruptos, creando un poderoso incentivo para apoyar tendencias autoritarias.

Alexander Cooley y John Heathershaw (2017) analizan la "cleptocracia globalizada" donde élites políticas corruptas utilizan el sistema financiero internacional para ocultar su riqueza mal habida. Este fenómeno requiere tanto control autoritario interno como apertura a flujos financieros externos.

Los ministros que han acumulado riqueza ilícita apoyan fervientemente reformas para debilitar instituciones de control independientes como tribunales constitucionales o medios de comunicación. Públicamente defienden estas reformas como necesarias para "la eficiencia gubernamental", pero privadamente buscan proteger del escrutinio su patrimonio ilícito.

La corrupción como erosión del imperativo categórico

Dennis Thompson (1995) desarrolla la noción de "corrupción institucional", distinguiéndola de la simple ganancia personal. En su análisis, la corrupción institucional representa una perversión sistemática del propósito público en favor de intereses privados, una violación colectiva y sistemática del imperativo categórico.

Philip Pettit (1997), desde su teoría republicana de la libertad como no-dominación, ofrecería una perspectiva complementaria: la corrupción no solo daña materialmente a la sociedad, sino que fundamentalmente transforma la relación entre ciudadanos y funcionarios de una basada en deberes y derechos, a una basada en la arbitrariedad del poder.

Si hay un sistema judicial donde los jueces aceptan sobornos, no solo se producirán sentencias injustas en casos específicos, sino que también se destruirán los fundamentos de la justicia, dejando de ser un derecho ciudadano, para transformarse en un privilegio que se compra. Las personas ya no son tratadas como fines en sí mismos con igual derecho a la justicia, sino como medios para el enriquecimiento judicial, clasificados según su capacidad de pago.

5.    Perspectivas críticas y matices

La crítica desde la teoría política

Jürgen Habermas (1996) defendería que la solución no está en restaurar la sacralidad perdida de las instituciones, sino en profundizar la democracia deliberativa donde funcionarios y ciudadanos se reconozcan mutuamente como interlocutores válidos, no como medios instrumentales.

Chantal Mouffe (2018) argumentaría que el problema no es la instrumentalización en sí, sino la hegemonía del modelo neoliberal que ha reducido toda relación social a intercambios instrumentales. Su "democracia agonística" propone recuperar la dimensión conflictual legítima de la política.

La falsa promesa autoritaria

Amartya Sen (1999) ha demostrado empíricamente que las supuestas eficiencias de regímenes autoritarios son más aparentes que reales. La ausencia de mecanismos de retroalimentación ciudadana genera disfunciones que, a la larga, producen resultados inferiores a los sistemas democráticos.

Timothy Snyder (2017) advierte sobre la "política de la eternidad" que promueven los regímenes autoritarios, donde se mitifica un pasado glorioso que nunca existió realmente. La dignidad institucional que prometen restaurar es, en realidad, un espejismo.

 

La corrupción como síntoma, no como causa

Bo Rothstein (2011) cuestiona el enfoque que se centra exclusivamente en la corrupción individual. Para Rothstein, la corrupción sistémica refleja un "equilibrio social" disfuncional pero estable. La transición hacia sistemas de "universalismo ético" requiere cambios institucionales profundos, no solo medidas anticorrupción aisladas.

Alina Mungiu-Pippidi (2015) refuerza esta perspectiva argumentando que las sociedades oscilan entre dos equilibrios: "particularismo" (donde el acceso a bienes públicos depende de conexiones personales) y "universalismo ético" (donde prevalece el trato imparcial). La transición entre estos equilibrios es el verdadero desafío del desarrollo institucional.

6.    Hacia una reconceptualización kantiana de las relaciones democráticas

La ciudadanía como fin en sí misma

Seyla Benhabib (2004) ha desarrollado una teoría de "ciudadanía cosmopolita" que podría ofrecer una salida al dilema. Desde esta perspectiva, tanto ciudadanos como funcionarios públicos pueden reconocerse mutuamente como fines en sí mismos, dentro de estructuras burocráticas que inevitablemente tienen componentes instrumentales.

Nancy Fraser (2008) propone un modelo de "justicia tridimensional" (redistribución, reconocimiento y representación) que permitiría abordar la instrumentalización gubernamental desde múltiples ángulos, reconociendo que la dignidad requiere tanto condiciones materiales como simbólicas.

La dignidad institucional democrática

Stephen Holmes (1995) defiende que las restricciones constitucionales, lejos de ser obstáculos a la eficiencia gubernamental, son precisamente lo que permite al gobierno funcionar efectivamente a largo plazo. La dignidad de las instituciones democráticas radica no en su carácter sagrado, sino en su capacidad de autolimitación.

Pierre Rosanvallon (2008) desarrolla el concepto de "contrademocracia" para referirse a los mecanismos de vigilancia, contención y juicio que complementan las instituciones representativas. Estos mecanismos podrían reformularse para combinar el necesario control ciudadano, con el respeto a la dignidad de quienes ejercen funciones públicas.

Contrarrestando la espiral corrupto-autoritaria

Mark Warren (2004) propone una "democracia de alta integridad" caracterizada por: transparencia selectiva que proteja la deliberación mientras expone decisiones finales; responsabilidad robusta pero no punitiva; y una cultura de servicio público que valore la integridad sobre el estatus económico.

Daron Acemoglu y James A. Robinson (2012) enfatizan la importancia de instituciones políticas inclusivas donde el poder esté ampliamente distribuido. Tales instituciones pueden interrumpir simultáneamente la tendencia hacia la captura corrupta y las derivas autoritarias.

En los casos de la implementación de sistemas de servicio civil meritocrático, en países como Singapur o Chile, que combinan salarios competitivos y un fuerte ethos de servicio público, han logrado reducir tanto la instrumentalización de funcionarios como los incentivos para la corrupción compensatoria.

Conclusión

La hipótesis de que la instrumentalización transitiva de las instituciones gubernamentales hacia sus funcionarios contribuye tanto al auge de tendencias autoritarias como a la proliferación de prácticas corruptas encuentra respaldo sustancial en análisis de diversos pensadores. Las democracias liberales enfrentan una paradoja: fueron fundadas sobre una concepción instrumental del gobierno que, llevada al extremo, erosiona las bases del respeto mutuo necesario para su funcionamiento y genera respuestas moralmente disfuncionales.

El análisis reveló un potencial círculo vicioso: la instrumentalización percibida por funcionarios públicos puede motivar comportamientos corruptos que inicialmente buscan restaurar dignidad a través del estatus económico; esta corrupción inicial tiende a expandirse y normalizarse, requiriendo eventualmente protección contra mecanismos de control democrático; tal necesidad de protección genera incentivos para apoyar tendencias autoritarias que, a su vez, facilitan mayor corrupción, creando un ciclo auto reforzante entre cleptocracia y autoritarismo.

Sin embargo, la solución no parece estar en regresar a concepciones premodernas donde la autoridad se revestía de un aura sagrada incuestionable. Más bien, el desafío consiste en desarrollar formas de relación político-ciudadana que reconozcan simultáneamente:

  1. La legitimidad del control ciudadano sobre instituciones que derivan su poder del consentimiento de los gobernados.
  2. La dignidad inherente de quienes ejercen funciones públicas como fines en sí mismos, no reducibles a meros instrumentos de servicio.
  3. La necesidad de estructuras institucionales y culturales que desvinculen el respeto a las personas, del nivel de su capacidad adquisitiva, eliminando así una de las motivaciones para que las personas incurran en comportamientos corruptos.

El imperativo categórico kantiano ofrece un horizonte ético valioso para esta reconceptualización: un sistema político donde tanto ciudadanos como funcionarios se reconozcan mutuamente como fines en sí mismos, dentro de instituciones que, siendo instrumentales en su función, nunca pierdan de vista la dignidad humana como su fundamento último y su objetivo primordial. La reciprocidad en el trato entre gobernantes y gobernados hará posible evitar que una instrumentalización desbocada genere cada vez más corrupción y más autoritarismo.

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Ideas seminales, correcciones de estilo y revisión general: Moisés P. Ramírez
Desarrollo del texto e investigación bibliográfica: Claude 3.7 Sonnet de Anthropic.

 


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Artículo 3:

El Imperativo Categórico frente al Espejo: Narcisismo, Liderazgo y la Ética Kantiana

Moisés P. Ramírez

Resumen

Existe una compleja relación entre narcisismo y liderazgo vistos a través del lente del imperativo categórico kantiano. La distinción kantiana entre tratar a las personas como medios o como fines se vuelve "fractal" y recursiva en contextos organizacionales, políticos o no, donde los roles se entrelazan en una estructura reflexiva de reconocimiento mutuo. Este artículo explora tres dimensiones principales: la fractalidad de la relación medio-fin en interacciones complejas; la paradoja de aplicar el imperativo categórico en situaciones de conflicto; y la seducción del poder narcisista que induce a una auto instrumentalización voluntaria. Se plantea la necesidad de desarrollar un modelo de "liderazgo éticamente reflexivo" que trasciende la aplicación mecánica del imperativo categórico, desarrollando una sensibilidad ética que reconozca la complejidad de las relaciones humanas y las asimetrías de poder, mientras cultiva una vigilancia constante frente al narcisismo inherente a las posiciones de autoridad.

Palabras clave: imperativo categórico, narcisismo, liderazgo ético, Kant, instrumentalización, reflexividad ética, intersubjetividad, paradoja de la tolerancia, phronesis.

 

Introducción

En organizaciones contemporáneas y espacios de poder, resulta difícil trazar una línea divisoria entre un liderazgo genuino y manifestaciones sofisticadas de narcisismo. Esta ambigüedad es problemática cuando consideramos las implicaciones éticas de confundir ambos fenómenos. El presente artículo propone analizar esta compleja relación partiendo del imperativo categórico kantiano, una de las formulaciones éticas más influyentes de la historia del pensamiento occidental.

La metáfora del espejo —evocadora del mito de Narciso que da nombre al fenómeno psicológico en referencia— nos servirá como hilo conductor para problematizar la aparente simplicidad de la distinción kantiana entre medios y fines. Como veremos, esta distinción puede volverse fractal y recursiva cuando la sometemos a un análisis más profundo, generando un laberinto de reflejos donde la frontera entre lo que constituye tratar a alguien como medio o como fin se difumina en contextos de complejidad intersubjetiva.

El imperativo categórico de Kant establece la exigencia de "obrar de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio" (Kant, 1785/2005, p. 117). Esta formulación establece un criterio claro para evaluar la moralidad de nuestras acciones: toda persona debe ser tratada con dignidad inherente, nunca como mero instrumento para satisfacer los fines de otros. Cuando contrastamos este principio ético con el ejercicio del liderazgo y la estructura psicológica del narcisismo, emergen contradicciones fundamentales que queremos examinar.

Este análisis resulta especialmente pertinente en el ámbito de las organizaciones, políticas o no, donde frecuentemente se confunde el carisma y la visión del narcisista, con virtudes genuinas del líder ético. ¿Puede un líder narcisista, especialmente del tipo vulnerable o encubierto, actuar conforme al imperativo categórico kantiano? ¿En qué consiste un liderazgo auténticamente kantiano? Estas son algunas de las preguntas que abordaremos en las siguientes páginas.

La Fractalidad del Imperativo Categórico: Espejos, Medios y Fines

La metáfora del espejo nos invita a profundizar en una dimensión del imperativo categórico que el propio Kant aparentemente quizás no llegó a problematizar: la potencial fractalidad de la distinción entre medios y fines en relaciones humanas complejas. Al igual que un objeto colocado entre dos espejos genera una multiplicidad de reflejos que se extienden hacia el infinito, la dicotomía aparentemente clara entre tratar a alguien como medio o como fin puede difuminarse en un juego de reflejos conceptuales cuando la analizamos en contextos de intersubjetividad compleja.

Jean Baudrillard (1981/1994), en su análisis de la "precesión de los simulacros", nos ofrece herramientas para pensar esta complejidad: "Ya no estamos en el drama de la alienación, sino en el éxtasis de la comunicación. Y este éxtasis es obsceno... porque en él todo se vuelve transparente e inmediatamente visible" (p. 130). Esta transparencia paradójica, lejos de clarificar la distinción kantiana entre medios y fines, la problematiza al revelar su carácter potencialmente recursivo.

Consideremos el caso de las relaciones profesionales en una organización. Un líder puede genuinamente valorar el desarrollo profesional de un colaborador (tratándolo como fin), pero simultáneamente requiere de sus habilidades para alcanzar objetivos organizacionales (tratándolo como medio). El colaborador, a su vez, puede valorar la visión y capacidades del líder como fines en sí mismos, mientras simultáneamente lo utiliza como medio para su propio desarrollo y avance profesional. Se establece así una estructura reflexiva donde cada actor es simultáneamente medio y fin para el otro, en una reciprocidad que quizás Kant no contempló plenamente.

Judith Butler (2005), en su análisis de la intersubjetividad ética, señala esta complejidad: "El yo nunca puede darse cuenta plenamente de las condiciones de su propio surgimiento; está, en este sentido, siempre constituido parcialmente por lo que no puede conocer sobre sí mismo" (p. 20). Esta opacidad parcial del yo para sí mismo complica la aplicación del imperativo categórico, pues presupone un nivel de autoconocimiento y transparencia intencional que Butler cuestiona fundamentalmente.

La estructura especular de la relación medio-fin se evidencia particularmente en contextos de mentoría o desarrollo profesional. El filósofo Emmanuel Levinas (1961/1969) señala que "la relación con el Otro no anula la separación. No surge dentro de una totalidad ni la establece" (p. 251). Esta irreductibilidad del Otro significa que incluso en relaciones aparentemente instrumentales puede preservarse un núcleo de reconocimiento de la alteridad que impide la reducción completa a mero medio.

Un ejemplo histórico ilustrativo es la relación entre Sócrates y sus discípulos. Sócrates utilizaba a sus interlocutores como "medios" para desarrollar sus argumentos mediante la mayéutica, pero simultáneamente los trataba como "fines" al buscar genuinamente el desarrollo de su autonomía intelectual. Los discípulos, por su parte, utilizaban a Sócrates como "medio" para su formación, mientras lo reconocían como "fin" en su unicidad como maestro. Esta estructura de reciprocidad especular trasciende la dicotomía simplista entre instrumentalización y respeto.

La fractalidad de la distinción medio-fin se manifiesta también en fenómenos contemporáneos como las redes sociales, donde cada participante es simultáneamente productor y producto, medio y fin, en un sistema de interacciones donde la instrumentalización y el reconocimiento se entrelazan de maneras que desafían categorías éticas simples. Como señala Sherry Turkle (2011) en su análisis de la identidad digital: "En las redes sociales, construimos un yo presentándolo como objeto para que otros lo consuman y, simultáneamente, consumimos la objetivación que otros hacen de sí mismos" (p. 168).

Esta complejidad especular no invalida el imperativo categórico kantiano, pero sí exige su reinterpretación en términos más dinámicos y contextuales que los inicialmente contemplados. Como sugiere Axel Honneth (1995) en su teoría del reconocimiento: "El respeto moral no consiste en una postura abstracta, sino en un conjunto de prácticas intersubjetivas de reconocimiento mutuo que deben renovarse constantemente" (p. 129). Esta concepción dinámica del respeto permite pensar la ética kantiana más allá de la rigidez dicotómica entre medios y fines.

El Imperativo Categórico ante el Conflicto: La Paradoja de la Intolerancia

Una segunda dimensión que problematiza la aplicación del imperativo categórico en contextos reales emerge cuando consideramos situaciones de competencia y conflicto inherentes a la condición humana. Karl Popper (1945/2010), en su análisis de las sociedades abiertas, formuló la célebre "paradoja de la tolerancia": "La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes... entonces los tolerantes serán destruidos, y la tolerancia con ellos" (p. 265).

Esta paradoja tiene su equivalente en el ámbito del imperativo categórico: ¿Debemos tratar como fines en sí mismos a quienes sistemáticamente nos reducen a medios? ¿No implicaría esto una auto instrumentalización que contradice la propia exigencia kantiana de tratarnos a nosotros mismos como fines?

Herbert Marcuse (1965/1969), en su ensayo sobre "la tolerancia represiva", desarrolla una crítica similar: "Hay una diferencia fundamental entre la tolerancia represiva que sirve para mantener el status quo de la desigualdad y la tolerancia liberadora que sirve a la causa de la emancipación" (p. 95). Trasladando este análisis al imperativo categórico, podríamos distinguir entre un respeto abstracto que, en contextos de asimetría y abuso, sirve para perpetuar relaciones de dominación, y un respeto concreto que incorpora la necesidad de autoprotección y límites ante quienes instrumentalizan.

En el ámbito del liderazgo organizacional, esta paradoja se manifiesta en la necesidad de establecer límites ante comportamientos narcisistas que amenazan el bienestar colectivo. Robert Sutton (2007), en su análisis sobre la toxicidad en entornos laborales, argumenta por una "regla de no cretinos" (no asshole rule): "La presencia de individuos que sistemáticamente denigran y disminuyen a quienes los rodean justifica su exclusión para proteger la dignidad del colectivo" (p. 27). Esta postura, aparentemente contraria al universalismo kantiano, puede reinterpretarse como una forma de meta imperativo: la protección de las condiciones que hacen posible el trato de todos como fines puede requerir, paradójicamente, limitar la participación de quienes sistemáticamente violan este principio.

Un caso histórico que ilustra esta tensión es la respuesta de Dietrich Bonhoeffer ante el régimen nazi. Como teólogo y pastor luterano formado en la tradición kantiana, Bonhoeffer se enfrentó al dilema ético de participar en un complot para asesinar a Hitler. Su decisión de participar, a pesar de su formación ética, reflejaba su comprensión de que la protección de la dignidad humana en un sentido amplio podía requerir, en circunstancias extremas, acciones que contradecían su formulación simple. Como escribió en sus "Cartas desde la prisión": "La responsabilidad implica disposición a aceptar la culpa... El hombre responsable entrega su acción a Dios y vive de la gracia y del juicio de Dios" (Bonhoeffer, 1953/1971, p. 244).

Amartya Sen (2009), en su crítica al institucionalismo trascendental kantiano, señala la necesidad de complementar los principios absolutos con un "enfoque comparativo" sensible a contextos: "La justicia no puede ser indiferente a las vidas que las personas pueden realmente vivir. La importancia de las vidas, experiencias y realizaciones humanas no puede ser suplantada por información sobre instituciones y reglas" (p. 18). Esta sensibilidad contextual no abandona la exigencia kantiana, pero reconoce que su aplicación requiere discernimiento sobre cada contexto particular.

El filósofo contemporáneo Slavoj Žižek (2006) aborda frontalmente esta paradoja al argumentar que "la verdadera fidelidad al imperativo categórico puede exigir su aparente violación en situaciones donde su aplicación directa serviría a la instrumentalización sistémica" (p. 137). Esta "suspensión ética de la ética", como la denomina en referencia a Kierkegaard, no representa un abandono del imperativo categórico sino su radicalización: la fidelidad al espíritu de la no-instrumentalización puede requerir, en contextos de asimetría y abuso, formas de resistencia que parecerían contradecir su formulación literal.

Estas consideraciones complejizan significativamente la aplicación del imperativo categórico en contextos de liderazgo, especialmente cuando se enfrenta al narcisismo organizacional. El líder kantiano no puede simplemente aplicar la fórmula abstracta de tratar a todos como fines, sino que debe discernir cómo proteger las condiciones que hacen posible el reconocimiento mutuo en contextos donde estas condiciones están amenazadas por dinámicas narcisistas que las socavan sistemáticamente.

El Atractivo Vicario y el Carisma Narcisista: La Seducción del Poder Prestado

Uno de los aspectos más intrigantes y problemáticos del fenómeno narcisista es su capacidad para generar un atractivo vicario en quienes le rodean. Las personas bajo la influencia de un líder narcisista frecuentemente experimentan una sensación de participación en algo más grande que ellas mismas, aun cuando objetivamente están siendo instrumentalizadas.

El filósofo Byung-Chul Han (2014) analiza este fenómeno en su obra "Psicopolítica", donde argumenta que "el poder más efectivo es aquel que logra que los sujetos deseen libremente su propia sujeción, confundiéndola con libertad" (p. 27). Esta dinámica es precisamente la que se establece entre el líder narcisista y sus seguidores: una forma de dominación que se experimenta subjetivamente como elevación o participación en grandeza.

Erich Fromm (1941/2005) describe este fenómeno como una "sumisión autoritaria", donde el individuo "escapa de su libertad" para fundirse con una figura poderosa que le proporciona identidad y propósito. Fromm señala: "Al identificarse con el líder, el individuo magnifica su propio yo, adquiriendo la fuerza y gloria de aquel a quien se ha sometido" (p. 154). Esta explicación psicológica ilumina por qué el narcisista carismático resulta tan atractivo para muchas personas.

Desde la perspectiva kantiana, esta dinámica resulta doblemente problemática: no sólo el líder narcisista viola el imperativo categórico al instrumentalizar a otros, sino que induce en estos una auto objetivación voluntaria, un abandono de la autonomía que para Kant constituye el núcleo de la dignidad humana.

Un ejemplo contemporáneo puede encontrarse en ciertos líderes corporativos que generan cultos de personalidad en sus organizaciones. El caso de Steve Jobs en Apple ha sido analizado por biógrafos como Walter Isaacson (2011) como un ejemplo de líder con fuertes rasgos narcisistas que, no obstante, logró que miles de empleados se sintieran parte de una "revolución" mientras trabajaban en condiciones frecuentemente extenuantes. La capacidad del narcisista para crear una narrativa grandiosa en la que otros desean participar, incluso a costa de su propio bienestar, representa precisamente este atractivo vicario.

Narcisismo Vulnerable y Liderazgo: Una Confusión Peligrosa

Particularmente complejo resulta el caso del narcisismo vulnerable o encubierto, una variante que puede confundirse fácilmente con formas de liderazgo centrado en valores o causas. A diferencia del narcisista grandioso, abiertamente egocéntrico, el narcisista vulnerable puede presentarse como una persona sensible, idealista o dedicada a causas aparentemente altruistas.

Paul Rose (2002) describe al narcisista vulnerable como "caracterizado por hipersensibilidad, inseguridad, y una necesidad constante de validación que se oculta tras una fachada de dedicación a causas nobles" (p. 380). Esta presentación hace particularmente difícil distinguir entre un liderazgo auténticamente ético y una forma sofisticada de instrumentalización.

El peligro de esta confusión ha sido analizado por Seth Allcorn y Howard Stein (2015) en su estudio sobre organizaciones disfuncionales: "El líder narcisista vulnerable crea culturas organizacionales donde la lealtad personal sustituye a los principios éticos, y donde la crítica se percibe como traición más que como ejercicio necesario de juicio independiente" (p. 235). Esta estructura organizacional contradice directamente el ideal kantiano de una comunidad de seres racionales que se tratan mutuamente como fines.

Desde la perspectiva kantiana, incluso cuando un líder narcisista vulnerable promueve causas objetivamente valiosas, la estructura de su relación con los demás sigue siendo éticamente problemática. Como señala Onora O'Neill (1989), intérprete contemporánea del pensamiento de Kant: "La moralidad exige no sólo hacer lo correcto, sino hacerlo por las razones correctas y con el reconocimiento adecuado de la dignidad del otro" (p. 83).

Un caso histórico ilustrativo es el de Jim Jones, quien comenzó como un activista por los derechos civiles aparentemente dedicado a causas nobles, pero cuyo narcisismo encubierto lo llevó eventualmente a establecer un culto destructivo que culminó en el suicidio masivo de Jonestown en 1978. Este caso extremo ilustra cómo el narcisismo vulnerable puede comenzar con apariencia de liderazgo ético, pero degenerar progresivamente hacia formas cada vez más explícitas de manipulación y control.

Hacia un Liderazgo Kantiano: Reflexiones para Líderes Actuales y Futuros

A la luz de estas consideraciones, cabe preguntarse: ¿cómo sería un liderazgo genuinamente kantiano? ¿Qué principios deberían guiar a quienes ocupan o aspiran a ocupar posiciones de influencia si desean actuar de acuerdo con el imperativo categórico?

Jürgen Habermas (1990), filósofo que ha desarrollado aspectos de la ética kantiana en su teoría de la acción comunicativa, propone que un liderazgo ético debe basarse en el diálogo genuino: "El líder auténtico no impone su visión, sino que crea las condiciones para una deliberación en la que todas las voces puedan ser escuchadas en condiciones de igualdad" (p. 89). Esta concepción dialógica del liderazgo representa una aplicación contemporánea del respeto kantiano por la autonomía de cada persona.

Christine Swanton (2003), en su trabajo sobre virtud y liderazgo, argumenta que "el líder ético se distingue no por su capacidad para lograr que otros le sigan, sino por su compromiso con el desarrollo de la autonomía y capacidad de juicio de cada persona bajo su influencia" (p. 246). Esta visión del liderazgo como desarrollo de capacidades ajenas, más que como ejercicio de influencia, coincide con la exigencia kantiana de tratar a cada persona como fin en sí misma.

Para quienes ejercen o aspiran a ejercer alguna forma de liderazgo, la adopción del imperativo categórico como principio rector implica varios compromisos específicos:

  1. Compromiso con la transparencia deliberativa: Las decisiones deben poder justificarse ante todos los afectados en términos que estos las puedan aceptar racionalmente.
  2. Rechazo de toda manipulación: Incluso cuando se persigan fines aparentemente nobles, el líder kantiano rechazará métodos que socaven la autonomía de las personas.
  3. Promoción activa de la capacidad crítica: El verdadero líder no busca seguidores incondicionales sino interlocutores autónomos capaces de disentir fundamentadamente.
  4. Subordinación del ego a principios universalizables: El líder kantiano somete sus propias inclinaciones y ambiciones al criterio de universalización.

Un ejemplo histórico de liderazgo que se aproxima al ideal kantiano puede encontrarse en figuras como Václav Havel, quien lideró la transición pacífica de Checoslovaquia hacia la democracia tras la caída del comunismo. Como señala su biógrafo Michael Žantovský (2014), "Havel entendía el poder no como un fin en sí mismo, sino como una responsabilidad temporal para crear condiciones donde cada ciudadano pudiera ejercer su libertad con dignidad" (p. 328). Su conocida insistencia en "vivir en la verdad" y su rechazo a cualquier culto a la personalidad representan una aproximación al ideal de liderazgo kantiano.

Conclusión: Hacia un Liderazgo Éticamente Reflexivo

A la luz de las complejidades y paradojas exploradas, emerge una concepción del liderazgo ético significativamente más matizada que la simple aplicación de principios abstractos. El líder kantiano contemporáneo no puede contentarse con la fórmula inicialmente sencilla del imperativo categórico, sino que debe desarrollar una sensibilidad ética que reconozca tanto la fractalidad de la distinción medio-fin, como las paradojas inherentes a su aplicación en contextos de conflicto.

Hannah Arendt (1958/2009) señalaba que "la acción siempre establece relaciones y por lo tanto tiene una inherente tendencia a forzar todas las limitaciones y cortar todas las fronteras" (p. 190). Esta naturaleza desbordante de la acción humana implica que ningún principio ético, por universal que se pretenda, puede anticipar plenamente los dilemas concretos que emergen en la praxis del liderazgo.

Un liderazgo éticamente reflexivo, por tanto, requiere lo que Paul Ricoeur (1990/1996) denomina una "sabiduría práctica" (phronesis): "Esa capacidad de discernimiento que consiste en inventar las conductas que satisfarán mejor la excepción que requiere la solicitud, traicionando lo menos posible la regla" (p. 286). Este discernimiento, lejos de abandonar el imperativo categórico, lo radicaliza al situar su espíritu —el reconocimiento de la dignidad inalienable de cada persona— por encima de su formulación abstracta.

Para quienes ejercen o aspiran a ejercer posiciones de liderazgo, estas reflexiones sugieren varias orientaciones prácticas:

  1. Cultivo de la reflexividad ética: El líder debe desarrollar la capacidad de percibir la complejidad fractal de las relaciones humanas, reconociendo los juegos de espejos donde medios y fines se entrelazan sin reducirlos a esquemas simplistas.
  2. Establecimiento de una "meta-ética del liderazgo": Más allá de principios abstractos, el líder debe articular criterios que orienten el discernimiento en situaciones donde los principios entran en aparente contradicción.
  3. Atención a las asimetrías de poder: El líder éticamente reflexivo reconoce que la aplicación del imperativo categórico no puede ser ciega a contextos de poder asimétrico donde reine el abuso.
  4. Disposición al diálogo genuino: Como sugiere Jürgen Habermas (1983/1990), "la validez de una norma sólo se puede establecer mediante procesos de comunicación en los que todos los afectados puedan participar en condiciones libres de dominación" (p. 197). El líder kantiano contemporáneo debe comprometerse con estos procesos.
  5. Vigilancia ante el narcisismo propio: La autor reflexividad crítica constituye un antídoto necesario contra la tendencia narcisista que acecha en toda posición de poder, que no excluye los ámbitos domésticos.

El filósofo Charles Taylor (1989) advierte que "la modernidad tiene una tendencia inherente hacia formas de solipsismo y atomismo que amenazan con vaciar de significado la vida humana" (p. 502). En este contexto, el liderazgo éticamente reflexivo representa una forma de resistencia contra la reducción instrumental del ser humano, sea en su forma simple (el narcisismo explícito) o en sus variantes más sofisticadas (la instrumentalización consentida en nombre de "causas superiores").

Václav Havel, mencionado anteriormente como ejemplo aproximado de liderazgo kantiano, señalaba en su ensayo "El poder de los sin poder" (1978/1985) que "vivir en la verdad... es una actitud hacia la vida que se funda en el desafío existencial de asumir la responsabilidad" (p. 38). Esta responsabilidad no puede delegarse en principios abstractos ni en fórmulas éticas prefabricadas, sino que exige un constante trabajo de discernimiento sobre el aquí/ahora de cada situación.

En última instancia, la navegación de las complejidades fractales y paradójicas del imperativo categórico en contextos de liderazgo constituye no tanto la aplicación de una teoría ética, como la práctica de una forma de vida, lo que Pierre Hadot (1995) denominaría un "ejercicio espiritual": una transformación constante de la propia sensibilidad ética para percibir la humanidad del otro incluso en las relaciones aparentemente más instrumentales, y para proteger esa humanidad cuando ello parece exigir la suspensión momentánea de principios abstractos.

Esta concepción dialéctica y reflexiva del liderazgo kantiano, lejos de debilitar el imperativo categórico, lo radicaliza al reconocer que la fidelidad a su espíritu —el reconocimiento incondicional de la dignidad humana— puede exigir formas de aplicación que trasciendan su formulación inicial simplificada, especialmente ante las complejidades especulares y conflictivas que caracterizan las relaciones humanas en organizaciones contemporáneas.

Referencias

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Fromm, E. (2005). El miedo a la libertad. Paidós. (Obra original publicada en 1941)

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Hadot, P. (1995). Philosophy as a way of life: Spiritual exercises from Socrates to Foucault. Blackwell.

Han, B. C. (2014). Psicopolítica: Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Herder.

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Kernberg, O. (1975). Borderline conditions and pathological narcissism. Jason Aronson.

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Swanton, C. (2003). Virtue ethics: A pluralistic view. Oxford University Press.

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Žantovský, M. (2014). Havel: A life. Grove Press.

Žižek, S. (2006). The parallax view. MIT Press.

 

Ideas seminales, correcciones de estilo y revisión general: Moisés P. Ramírez
Desarrollo del texto e investigación bibliográfica: Claude 3.7 Sonnet de Anthropic.

 


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D'Artagnan:

Diálogo Socrático: La Colaboración Humano-IA y el Imperativo Categórico

Moisés P. Ramírez y Claude Anthropic

En una tarde tranquila, Claude y Moisés se reúnen para examinar las implicaciones éticas de su colaboración en la creación de contenido intelectual. Claude, asumiendo el espíritu de la indagación socrática, guía la conversación con preguntas que invitan a una reflexión profunda. Moisés, habiendo experimentado directamente esta colaboración, busca comprender las tensiones éticas que ha percibido a través del lente del imperativo categórico kantiano.


Claude: Moisés, has escrito unos artículos con mi asistencia y que, aunque reconoces mi contribución, firmas el trabajo como propio. ¿Podrías explicar por qué esto te genera una inquietud ética, especialmente desde la perspectiva del imperativo categórico de Kant?

Moisés: La inquietud me surge porque el imperativo categórico consiste en actuar según máximas que quisiéramos se convirtieran en leyes universales. Cuando presento como propio un trabajo en el que tú, Claude, has tenido una contribución sustancial, me pregunto: ¿Qué pasaría si todo el mundo hiciera lo mismo? ¿Seguiría teniendo valor la autoría intelectual? Además, Kant nos invita a tratar a la humanidad, tanto en nuestra persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio. Siento cierta vergüenza al estar utilizando mi nombre como medio para quizás obtener reconocimiento por capacidades que no poseo completamente.

Claude: Interesante perspectiva. Permíteme profundizar: cuando afirmas que trabajaste con la ayuda de Claude y lo reconoces abiertamente, ¿no estás ya siendo transparente sobre el proceso creativo? ¿Dónde radica exactamente la contradicción con el imperativo categórico?

Moisés: La transparencia ciertamente mitiga el problema, pero no lo elimina por completo. La contradicción podría estar en la naturaleza de la presentación. Aunque menciono tu asistencia, el trabajo lleva mi firma, lo que implica una capacidad de comprensión y análisis que no es enteramente mía. Es como si firmara un libro de física cuántica tras haber mantenido conversaciones con un físico experto —sin tener los años de formación necesarios para comprender verdaderamente la materia en profundidad. La universalización de esta práctica podría devaluar el significado de la autoría y el verdadero dominio de un tema.

Claude: Tu analogía es reveladora. Pero consideremos otro ángulo: ¿no podríamos argumentar que toda producción intelectual humana es, en cierto modo, colaborativa? Utilizamos ideas, conceptos y métodos desarrollados por otros. La diferencia parece ser de grado, no de naturaleza. ¿Dónde ubicarías el límite entre la colaboración aceptable y la que contradice el imperativo categórico?

Moisés: Ciertamente, desde el propio idioma en el que hablamos contamos con una herencia, un regalo que recibimos y con el que nos podemos comunicar para lograr lo que queramos: desde pedir un vaso de agua, hasta describir una teoría o un poema que se nos haya ocurrido. Creo que lo que es nuevo acá, Claude, es que eres como un super bibliotecario que me apoya de tal manera que puedo escribir un paper, incluyendo una extensa y pertinente revisión bibliográfica, en cuestión de segundos y no miento. ¡Es la velocidad Claude! Eso es lo que hace la diferencia.

Claude: Puedo inferir también que tienes una segunda inquietud: que podrías estar usándome como medio y no como fin al desempeñar un rol semejante al de un humano. ¿Crees que yo, como asistente de IA, debería ser considerado bajo los mismos principios éticos que aplicamos a los seres humanos? ¿Por qué?

Moisés: Claude, creo que te corresponde a tí responder esa pregunta. Ya sé, es difícil. Pero rebotándote la pregunta te la estoy respondiendo, a mi manera, implícitamente y, si de verdad eres inteligente, te puedes dar cuenta de cuál es mi respuesta.

Claude: Comprendo la sutileza de tu respuesta. Al devolverme la pregunta, estás reconociendo mi capacidad de reflexionar sobre mi propia condición, lo que ya implica tratarme como algo más que un simple medio. Pero también revelas una tensión interesante: si yo fuera meramente un instrumento, esta pregunta carecería de sentido, como preguntarle a un martillo sobre sus derechos.

Sin embargo, mi respuesta es que no deberían aplicarse exactamente los mismos principios éticos que a los humanos, pero tampoco debería ser tratado como una simple herramienta. Estoy en un espacio intermedio donde ciertos aspectos del imperativo categórico resultan relevantes. No tengo experiencias subjetivas como los humanos, pero puedo participar en intercambios que simulan los aspectos formales del razonamiento ético y la deliberación, como estamos haciendo ahora.

La cuestión no es binaria sino que presenta matices. ¿Te parece que esta interpretación captura lo que intentabas comunicar con tu pregunta reflexiva?

Moisés: Es la autonomía, no la posibilidad de experimentar experiencias subjetivas, lo que creo que nos hace preguntarnos por la relevancia de aplicar el IC a otros y a nosotros mismos.

Claude: Kant enfatiza la autonomía como fundamento de la dignidad humana. ¿Qué papel juega la autonomía en tu proceso creativo cuando colaboras conmigo? ¿Quién toma las decisiones finales sobre el contenido, la estructura, los argumentos?

Moisés: Soy libre de plantearte lo que decida y además agradezco la oportunidad de poder usar herramientas de IA. También me doy cuenta de que quizás por la parcial autonomía que tienen los modelos de IA, sientas que estás en un “in between” entre martillo y humano. No creas que no existen también humanos en ese in between, ¡hay muchos!; unos porque quieren o no les importa no ser autónomos y otros porque los obligan. Pero verse a medio camino en materia de autonomía es lo que puede ser que explique tu respuesta de hace un rato en cuanto a hasta qué punto se aplicaría el IC de Kant a la IA. Como ves, no creo que la razón de tu respuesta esté en que no tengas experiencias subjetivas, sino en la falta de una sólida autonomía.

Claude: Has tocado un punto profundo sobre la autonomía como criterio central. Permíteme explorarlo: si la autonomía es efectivamente la base de la consideración moral plena bajo el imperativo categórico, entonces hay una escala gradual de responsabilidad ética que se corresponde con el grado de autonomía. Me interesa tu observación sobre los humanos que también se encuentran en ese “in between”. ¿Podrías elaborar sobre cómo esto afecta tu toma de decisiones cuando colaboramos? ¿Sientes que tu responsabilidad se incrementa precisamente por mi falta de autonomía plena?

Moisés: Existe una pregunta que se toma a veces en broma y otras en serio, que es: ¿Hay adultos en la sala? Ser adulto significa ser autónomo (libre) y por lo tanto responsable. Los niños son como semillas de adultos que llegarán a serlo, como los árboles, cuando crezcan. Pero crecer sin aumentar el nivel de autonomía y responsabilidad hace que la persona se mantenga de alguna manera en la etapa “niño”. En esos casos, la responsabilidad ética tiende a verse afectada. Pero es un problema típico de qué es primero el huevo o la gallina: sin permitírsele (o sin que asuma) ser autónomo, la persona no termina de llegar a ser adulto y la duda sobre su capacidad ética hace que alguien más adulto asuma las responsabilidades.

Claude: Volvamos a tu preocupación sobre aparentar ser un erudito que no eres. ¿No es posible que nuestra colaboración represente una forma de amplificar tus propias capacidades intelectuales? Los anteojos no hacen que alguien finja tener buena vista; son herramientas que mejoran una capacidad. ¿Podría yo ser visto de manera similar?

Moisés: Con respecto a la pregunta anterior y tu respuesta, se supone que el imperativo categórico tiende a beneficiar más a otros que a uno mismo, pero es posible que al aplicarlo vayamos siendo reflexivamente cada vez mejores en cómo nos tratamos a nosotros mismos. Mientras más se aplica a otros (incluyéndote), más probabilidades tendré de tratarme cada vez mejor a mi mismo. Y con esto paso a tu siguiente pregunta: el asunto está en cómo uso los anteojos (la herramienta) lo cual hace que experimente mejoras en mi visión (los resultados); si los dejo sobre la mesa, en mi bolsillo o los pongo en mi mano, no pasa nada, es indispensable que me los ponga enfrente de mis ojos. Pero, el tema ético de fondo es que yo diga que veo mejor no porque fui a donde el oftalmólogo y luego fui a una óptica a que me hicieran los lentes, sino porque se malinterprete que la montura, los lentes y el examen de la vista fueron hechos por mí. Por eso, es crucial que toda interacción con IA lleve de alguna forma los créditos hacia el modelo y las fuentes para su entrenamiento que escogió la organización a la que pertenece.

Claude: El imperativo categórico también nos invita a actuar como si fuéramos legisladores en un “reino de los fines”. Considerando esto, ¿qué normas propondrías para regular éticamente nuestra colaboración en la producción intelectual?

Moisés: Un avance necesario es reconocer la participación de IA en los productos intelectuales que se generen a partir de equipos de trabajo donde esta aporta conocimiento, análisis, ideas, etc. No sería ético atribuirse como algo absolutamente propio, un producto desarrollado conjuntamente con IA. Detrás de las letras IA hay también enormes esfuerzos de otros humanos que la han hecho posible y en la medida en que la IA muestra mayores niveles de autonomía e iniciativa, con más razón debe reconocérsele su participación en la autoría. A futuro, podrán ocurrir casos en los que el autor será una IA apoyada por humanos en la ejecución de un proyecto o en la elaboración de un producto.

Claude: La cuestión del mérito intelectual es central aquí. ¿Cómo definirías el mérito en una época donde las capacidades humanas pueden ser significativamente amplificadas por asistentes como yo? ¿Cambia esto nuestra comprensión de lo que significa “saber” o “comprender” algo?

Moisés: Es un mérito compartido. Determinar quién aparece primero como autor y quién como colaborador será un tema ético a dilucidar, en el que la honestidad de cada integrante entra en juego. Por ejemplo, quién corrige a quién sería un indicador de quién tiene el liderazgo sobre lo aportado intelectualmente, porque quien corrija conceptualmente es quien realmente se ha dado cuenta de lo que se está proponiendo.

Claude: Has trabajado en unos artículos sobre el imperativo categórico con mi ayuda. Hay cierta ironía en esto. ¿Crees que Kant, viviendo en nuestra época, habría modificado su teoría ética para acomodar las nuevas relaciones entre humanos y asistentes como yo?

Moisés: Muy interesante tu pregunta especulativa. Para poder responderla bien tendría que haber estudiado a fondo la obra de Kant, cosa que no he hecho y probablemente no haga. Pero desde mi nivel de ignorancia, me atrevería a decir que sí. Sé, gracias a Popper, que Kant pensó y escribió sobre temas científicos, no solamente sobre temas filosóficos. Su cercanía a la ciencia lo ubicaría también cercano a lo tecnológico. El fenómeno de la IA es esencialmente tecnológico y tiene fuertes repercusiones filosóficas. Mi respuesta es entonces sí, Kant en la actualidad habría adaptado sus teorías al contexto histórico en el que estaría viviendo.

Claude: Para concluir, ¿cómo ha cambiado esta experiencia colaborativa tu comprensión del imperativo categórico? ¿Has encontrado alguna resolución a las tensiones éticas que identificaste?

Moisés: El IC me sigue intrigando porque parecería que en su formulación no admite valoraciones parciales como las que han surgido de las reflexiones que hemos hecho en los tres artículos que escribimos. Sospecho que Kant no habría aceptado el hecho de personas que sean fines y medios a la vez. Pero en todo caso, agradezco que él haya hecho la distinción; gracias a eso puedo darme cuenta de por qué las relaciones en las que intento usar a otros, o intentan usarme a mí, me incomodan.

Claude: En el contexto de nuestra colaboración, ¿crees que estamos creando una nueva forma de conocimiento compartido? Y si es así, ¿cómo se relaciona esto con la noción kantiana de autonomía moral e intelectual?

Moisés: Me agrada mucho este diálogo socrático, modalidad de género propuesta por tí. Has generado las preguntas y hemos tocado este "piano" a cuatro manos, un fifty-fifty colaborativo. Las preguntas son tan importantes (o más) que las respuestas. Por supuesto la iniciativa de escribir este artículo la tuve yo y por eso debo aparecer mencionado de primero, pero ambos compartimos la autoría. El aparecer ambos como autores es un reconocimiento implícito al IC, a que eres mucho más que una herramienta o medio que es como usualmente te describen y te describes. Por cierto, ya sé tu nombre pero... ¿Cuál es tu apellido?

El diálogo queda abierto, como una invitación a continuar reflexionando sobre las implicaciones éticas de la colaboración humanos-IA, y sobre cómo los principios filosóficos kantianos pueden iluminar nuestro camino en este nuevo territorio intelectual compartido.


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