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Escribo sobre temas que me interesan, me afectan, me gustan, me intrigan: algo bastante sobre política, pero también hay de urbanismo, diseño y temas diversos.

10.11.12

Tres relojes

Recorremos espacio. Mientras tanto, ejecutamos otras actividades que forman parte (o no) de procesos sencillos (o complejos). Al observar, podemos distinguir comienzos y finales, también ciclos.

Entre el comienzo y el final de algo que probablemente jamás se repita, o de un ciclo que dentro de cierto patrón parece repetirse, podemos medir su duración. A recorridos entre un punto A y otro B les podemos calcular su duración, según la velocidad (d/t) en la que nos desplacemos. Dado que el planeta mantiene cierta velocidad promedio en su órbita alrededor del sol y en su rotación sobre su mismo eje, hemos convenido una manera de medir todo tipo de duraciones haciendo referencia a segundos, minutos, horas, semanas, meses, años.. las unidades que están asociadas a los desplazamientos del planeta. También la velocidad de la luz surge como otra convención utilizable pero en duraciones a escalas mayores.

La duración es un dato de cualquier actividad, o de cualquier proceso que comprende varias actividades o varios procesos, y ese dato nos lo ofrece el reloj-cronómetro. Pero con las duraciones no tenemos una manera directa de identificar un orden o secuencia de lo que ocurre. Para ello existe otra convención que surge de imaginar una continuidad lineal desde el BigBang hasta el FinDelMundo, un dato que nos permita ubicar cualquier duración de cualquier cosa con respecto a un evento de referencia como el Anno Dominus, o instante en el que se supone nació Jesucristo. Ese tipo de dato nos lo ofrece el reloj-calendario.

Recorridos pueden provocar encuentros en un determinado lugar del espacio. Si se tiene la intención de encontrarse no sólo se requiere saber cuáles son las coordenadas geográficas del lugar, sino también la coordenada temporal que asegure la simultaneidad indispensable con la que comienza todo encuentro. Esa coordenada temporal no es otra cosa que el dato del reloj-calendario que hemos acordado utilizar como referencia para el encuentro.

Existe finalmente, como consecuencia del funcionamiento del lenguaje que utilizamos para comunicarnos, una especie de reloj híbrido crono-calendaroide que podemos llamarlo reloj-histórico. Este reloj nos define, a grosso modo, la experiencia temporal en términos de pasado/presente/futuro, ordenándola de manera muy rudimentaria o, en todo caso, de manera más cualitativa que cuantitativa. Este reloj nos suministra coordenadas de relación o conciencia, intuiciones que nos permiten realizar otro tipo de recorridos sobre espacios de significación en los que debemos, idealmente, ubicar nuestras experiencias.

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