Saber algo de psicología es una carga. Me sirve para observarme a mí mismo, pero así me siento peor que como me sentiría si no tuviera ese barniz psicológico que me convierte en mi propio testigo. Sobre todo por aquello del concepto psicológico de proyección.
La proyección ocurre especialmente cuando a uno alguien le cae mal. Si alguien te cae mal, dice cualquier psicólogo, lo más seguro es que estés proyectando. Esto significa que hay una reacción ante lo que a uno no le gusta de uno mismo. De alguna manera, uno proyecta un autorechazo sintiéndolo como un rechazo por el otro (quizás porque se hace muy cuesta arriba sentir que uno se rechace).
Una ventaja de ese concepto es poder sacarle provecho a un mal rato. Uno se vuelve hacia (no contra) sí mismo y aprovecha para aprender algo. Si no supiese nada de ese rollo de la proyección, simplemente buscaría poner distancia entre esa persona que me cae mal y yo. Si trataran de convencerme de hacer lo contrario, la respuesta ideal a esa impertinencia sería la maracuchada de '¡Viví con él (o con ella)!' Pero el delgado barniz de psicología me empuja a empatarme en una de tolerancia y reflexión. No boto a nadie de mi casa y paso a revisar lo que ese espejo me dice. ¡Qué vaina!
Así estoy hoy, con unos audífonos que por lo menos me aportan cierta distancia auditiva, mediada primero por Eddie Palmieri y luego Miles Davis, que me aparta del foco perturbador tan inevitable dentro de este pequeño apartamento donde habito. Una de las cosas que al revisarme encuentro, es la siguiente: ¿Si tuviese burda'e billete me sentiría igualmente incómodo? ¿Es la prosperidad una especie de neurotransmisor, vitamina B o sedante que lubrica mis nervios y suaviza las reacciones que pueda tener ante alguien cuya presencia y discurso me fastidia? Mi respuesta preliminar es, ciertamente, afirmativa. Pero el barniz hace otra vez su trabajo y me critico por brindar una explicación basada en algo 'externo'. Es que de acuerdo al barniz ¡Soy supuestamente algo muy distinto a mi nivel de prosperidad! Por lo tanto esa respuesta no es válida. ¡Qué vaina!
Paso a comparar este aquí y ahora con cómo me siento cuando la persona que me cae mal no está presente. La respuesta es que estoy mejor sin mirarme en ese espejo. Evidentemente prefiero que nadie me recuerde lo que no me gusta de mí mismo pero... así quedo como un perfecto irresponsable.
Me rindo. Lo que normalmente proyecto es que no me gusta mi propia irresponsabilidad, irrelevancia, frivolidad, improductividad y vivalapepismo. Me quejo porque ya pasó el tiempo en el que no sabía que no sabía que existe éso de que uno proyecta sus propias miserias. Me quejo porque no vivo aislado en un hotel 5 estrellas, en contacto con seres evolucionados, en perfecta armonía con lo más elevado del universo. Me quejo porque no existe otro lugar aparte de este adentro que realmente habito, porque no existe otro dónde distinto. No existe ningún sitio, grande o pequeño, que garantice que no me sentiré perturbado, porque lo que finalmente sucede es que me dá por esperar que ocurran cosas distintas a las que a veces terminan ocurriendo a mi alrededor y éso no depende de dónde me encuentre físicamente.
No sé si pueda o quiera cambiar lo que no me gusta de mí mismo. Tampoco sé si agradecer que me tope con personas que sirvan de espejo a mis incómodas proyecciones. Saber tan poquito de psicología es, sin duda, una carga fastidiosa. Pero me salva escuchar a Eddie Palmieri o a Miles Davies. Me salva escribir para que me leas y de repente digas que te gustó o no. Me comienzo a sentir mejor. Pareciera que descubrí, hecho el loco, todo un método de autoayuda: full buena música, cero psicología barata y hacer algo (como escribir).
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