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Escribo sobre temas que me interesan, me afectan, me gustan, me intrigan: algo bastante sobre política, pero también hay de urbanismo, diseño y temas diversos.

11.8.09

Un país devaluado

Con cada devaluación drástica de la moneda todos nos empobrecemos. Si la devaluación se extiende hacia ámbitos distintos al económico, como el de la educación y el de las industrias de contenidos (radio, TV, telecomunicaciones, etc.), imagínese el impacto. Venezuela se convierte aceleradamente en un país profundamente devaluado.

Mantener una tasa de cambio sobrevaluada por 6 años sólo indica que inevitablemente vendrá una drástica devaluación. Tal como Gerver Torres lo explica brillantemente en su artículo del pasado domingo, Venezuela vive actualmente una ficción económica. Somos una economía fuerte, tenemos un buen nivel de salario mínimo y disfrutamos de una relativamente baja deuda externa si calculamos esas cifras con base en la tasa oficial.

Pero al recalcular esas mismas cifras con base en una tasa más realista, la “sensación” de bienestar se evapora y desaparece. La economía venezolana está siendo manejada irresponsablemente, tanto que se le miente abiertamente al país pretendiendo engañarnos a todos, todo el tiempo. Eso no será factible mantenerlo indefinidamente porque la devaluación ocurrirá, irremediablemente, con desastrosas consecuencias para todos.

Llegar a este punto ha sido el resultado de una creciente y desatinada intervención del Estado venezolano en la economía. Autoridades económicas y financieras han tomado decisiones que distorsionaron las lógicas más elementales implantando políticas como: a) El reverso de la sustitución de importaciones para que gastemos nuestras divisas, no en bienes de capital sino en bienes de consumo, favoreciendo el empleo en otros países; b) El reverso de la privatización de empresas productivas para que el Estado designe funcionarios que, con su poca capacidad y trasnochadas concepciones, terminan endeudándolas y ofreciendo pésimos resultados a trabajadores y clientes; c) El reverso de la flexibilización de mercados, imponiendo controles de precios y forzando una artificiosa estabilidad laboral que sólo auyentan inversiones sin impedir que aumente la inflación y el desempleo.

La devaluación en la economía proviene entonces de acciones devaluadas de políticas públicas, ejecutadas por personas sin la debida preparación y experiencia para ocupar dignamente las posiciones de autoridad que detentan.

Por si esto fuera poco, algo parecido se extiende hacia otros ámbitos. En paralelo a lo que ha venido ocurriendo en la economía, se adelanta desde la Asamblea Nacional una creciente intervención del Estado venezolano, a través de la Ley Orgánica de Educación, con la que se busca imponer un asfixiante control sobre cómo pensamos. No son precisamente las mentes más brillantes las que tendrán a su cargo el destino intelectual del país y es fácil prever que ocurra, al igual que con la economía, una profunda devaluación de los valores y destrezas de las futuras generaciones. Si nos basamos en conductas observables en muchos de los actuales funcionarios públicos serán la sumisión, la adulación, la mentira o la hipocresía las características dominantes de lo que pasará a considerarse una persona “muy educada”.

Así mismo desde la misma Asamblea y con intervenciones desde CONATEL, como brazo ejecutor, se busca reestructurar la industria de contenidos interviniendo sobre los distintos medios de comunicación, basados en la “genial” idea de que la Libertad de Expresión no es absoluta y por lo tanto debe ser regulada. Se pretende reformar la Constitución Nacional a partir de leyes inferiores para así devaluar a la misma Constitución, tal como se ha hecho con la devaluación de otros derechos humanos como es el de la vida (a través de la delincuencia aupada por la impunidad) y el de la propiedad (a través de expropiaciones, nacionalizaciones e invasiones, igualmente aupadas desde el gobierno).

El empeño en devaluaciones drásticas a todo nivel parece más el producto de una acción deliberada de las actuales autoridades, que un resultado fortuito. Pareciera que pudiésemos escucharlos gritar ¡Abajo la excelencia, la productividad y el criterio propio! ¡Arriba la devaluación del país!

En el país de los devaluados, el mediocre es rey.

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