En una soleada ágora de la antigua Atenas, un orador de lengua afilada cautivaba a una asamblea con una retórica conmovedora sobre la democracia, el valor y el destino. Miles se reunían bajo el cielo abierto, intercambiando acuerdos, quejas y susurros interpretativos de sus palabras. Esto era más que un discurso: era un acto de narración comunitaria, una transmisión en vivo de ideas en la que cada oyente jugaba un papel en la narrativa que se desarrollaba.
Avancemos
muchos siglos hasta la Europa medieval, donde trovadores e itinerantes
recorrían castillos y pueblos. Sus canciones y relatos, transmitidos oralmente,
conectaban diversas comunidades en un diálogo cultural compartido. En tabernas
y mercados, estos intérpretes se convirtieron en los influenciadores de su
época, tejiendo narrativas que podían unir apoyos, encender rebeliones o
simplemente entretener. Su medio era la palabra hablada y, sin embargo, el
impacto era tan profundo como el de cualquier video viral moderno.
La
invención de la imprenta en el siglo XV encendió otra revolución en la
comunicación. Por primera vez, las ideas pudieron ser producidas en masa,
distribuidas a lo largo de vastas distancias y preservadas para la posteridad.
Obras icónicas—ya fueran tratados de filósofos políticos o los versos
ingeniosos de poetas—saltaron de las páginas entintadas de los libros a las
manos de un público cada vez más alfabetizado. Así como hoy en día los
blogueros influyentes moldean el discurso desde las plataformas digitales, los
autores y editores de la era moderna temprana ejercieron un inmenso poder para
moldear la opinión pública y la cultura a través de la imprenta.
Hoy, el
panorama de la comunicación es más intrincado que nunca. Habitamos un mundo
donde los libros impresos, los eventos en vivo y las plataformas digitales
coexisten en una red dinámica e interconectada. Gigantes de las redes sociales
como Facebook, Instagram, TikTok y X (anteriormente Twitter) sirven como las
plazas públicas modernas, donde cualquiera con conexión a Internet puede tener
voz. Sin embargo, al igual que en las antiguas asambleas y ferias medievales,
estos espacios digitales no están flotando libremente; están de algún modo
curados, a menudo mediante algoritmos opacos y políticas corporativas que
deciden qué voces se amplifican y cuáles quedan relegadas a los márgenes.
La
evolución de estas redes de comunicación puede compararse con una estructura
fractal, en la que los patrones de interacción se repiten a diferentes escalas.
En el nivel más elemental, tenemos a los creadores de contenido individuales:
un bailarín en TikTok, un periodista local o un activista de barrio. Estos
nodos interactúan dentro de una única plataforma, pero su influencia puede
expandirse, conectándose con medios tradicionales, eventos públicos e incluso
instituciones políticas. Tal como una sola piedra lanzada en un estanque puede
hacer ondular toda la superficie, una idea o movimiento convincente puede
originarse en un rincón de una comunidad en línea y extenderse hasta alcanzar
una relevancia nacional o global.
A lo largo
de la historia, la esencia de la comunicación humana ha permanecido constante.
En su núcleo, una red social—ya sea en antiguos foros, en las bulliciosas
calles de las ciudades, en panfletos impresos o en flujos digitales—se
construye sobre unos componentes clave:
- Nodos de Comunicación: Individuos o grupos, ya sean
ciudadanos en una plaza, asistentes en una taberna, lectores de un libro
impreso o usuarios en las redes sociales contemporáneas, que tanto
comparten como consumen contenido.
- Intermediarios y Vigilantes: Figuras o instituciones que
facilitan o controlan el flujo de información. En la antigüedad, estos
podían ser jefes comunitarios o líderes religiosos; en la era moderna,
editores y compañías tecnológicas desempeñan este rol.
- El Contenido como Moneda: Ya se trate de narración oral,
textos impresos o publicaciones digitales, el contenido es la fuerza vital
de estas redes. Informa, entretiene, persuade y, en ocasiones, incita a la
acción.
- Algoritmos de Atención: Aunque en épocas anteriores no
siempre eran explícitamente matemáticos, cada era ha tenido sus propios
“algoritmos”—normas sociales, valores culturales y estructuras de
poder—que determinaban qué mensajes resonaban. Hoy en día, estos medios se
diseñan a menudo mediante algoritmos digitales para maximizar la atención,
incluso la adicción, a veces a costa de la sutileza y la diversidad.
Los
patrones de influencia, control y expresión, sin importar el medio, persisten
con una naturaleza fractal en nuestro panorama de comunicación moderno. Los
movimientos políticos, por ejemplo, ya no se limitan a la esfera tradicional
de mítines y reuniones públicas. En cambio, invaden los medios digitales,
repletos de hashtags, memes y videos virales que pueden moldear la política
pública y las elecciones nacionales. La interacción entre los medios antiguos y
los nuevos, lo local y lo global, conforma un ecosistema complejo en el que el
poder se descentraliza y, paradójicamente, se concentra en manos de unos pocos
gigantes tecnológicos.
En esta
intrincada colcha de retazos, el ejercicio de la política nunca ha estado tan
entrelazado con los mecanismos de la comunicación. La capacidad para movilizar
apoyos, desafiar el statu quo o incluso subvertir las estructuras de poder
establecidas depende ahora de saber navegar en esta red fractal—entender que
cada mensaje, cada entrada en un blog y cada momento transmitido en vivo puede
contribuir a una narrativa más amplia de nuestro tiempo.
Mientras
nos situamos en la intersección de la tradición y la innovación, la necesidad
humana de comunicarse continúa evolucionando. Sin embargo, los componentes
fundamentales permanecen: voces que comparten historias, intermediarios que
moldean mensajes y algoritmos—sean culturales o digitales—que determinan qué
narrativas alcanzan la prominencia. Reconocer esta continuidad no solo
profundiza nuestra comprensión del pasado, sino que también ilumina el camino a
seguir en un mundo donde el arte de la comunicación es más poderoso y complejo
que nunca.
(*)
Artículo creado como resultado de un diálogo con ChatGPT, versión o3-mini.