Blog personal en el que...

Escribo sobre temas que me interesan, me afectan, me gustan, me intrigan: algo bastante sobre política, pero también hay de urbanismo, diseño y temas diversos.

14.11.20

¿Impunidad y vanidad?

Hay un par de reflexiones ancestrales que influyen en nuestro presente, como es lógico, y que quizás expliquen lo paradójico que nos resulte a veces el acontecer cotidiano. Me refiero a la parábola del hijo pródigo y al mito de Narciso. Cotidianamente, observamos que en muchos casos el hedonismo consumista se impone ante la responsabilidad de crear capacidades y como que, pasa el tiempo, hasta llegar, en el caso de todo un país como Venezuela, a una precariedad tan exagerada que no podemos creer que en esta pelea el equipo de la "responsabilidad limitada" haya sido derrotado por el de la "irresponsabilidad ilimitada."

Una cosa es la interpretación que en psicología se le da al mito de Narciso y otra la que vulgarmente se entiende. Los psicólogos asocian esencialmente al narcisismo con el exceso de falta de empatía que este personaje mostraba a quienes se sentían atraídos por él. Si bien su atractivo formaba parte de la ecuación, lo que caracteriza al narcisismo no es tanto lo vanidosa que pueda llegar a ser una persona, sino la exagerada falta de empatía que pueda tener hacia los demás.

En cambio la interpretación coloquial pone el énfasis en la vanidad, en el estilo hedonista, indolente, despreocupado de vivir "gozando una bola." Este foco en las "plumas del pavo real" hace que por lo general se ignore el aspecto más importante de la poquísima empatía que los narcisistas tienen. De allí, conectando con la otra reflexión, pregunto: ¿Tuvo el hijo pródigo un ataque de narcisismo hedonista, gozón, pero que cuando se le acaba la herencia decide devolverse a la casa paterna? (no sin mostrar una especie de arrepentimiento al volver - aunque no se sabe si, habiendo encontrado una buena oportunidad, habría regresado de todos modos donde su padre).

El hermano mayor, en pocas palabras, le reclama al padre que esa conducta del otro hijo no puede quedar impune. La parábola no aclara si de allí en adelante el hijo pródigo volvió a tener otros ataques de narcisismo, porque pareciese que el mensaje principal de la parábola es cómo el amor incondicional del padre a su hijo y la alegría de volver a tenerlo en casa, superan la necesidad de castigar su conducta. De ser reincidente, quizás la parábola habría llegado a otra conclusión. No solo no lo sabemos, sino que la idea del perdón, si hay arrepentimiento, parece ganarle según la religión al que no se tolere la impunidad.

Reducir la impunidad parece entonces un asunto más laico. Responde a la lógica general de favorecer o castigar determinadas conductas a través de incentivos y desincentivos. Los países donde existe menos impunidad (EEUU, Canadá, Europa, Japón, Singapur...) como que tienden a funcionar mejor, a construir más capacidades y mantener a raya un hedonismo generalizado. Pero existen otros países, entre ellos destacaría Venezuela, en los que la prioridad de construir capacidades fue bajando posiciones hasta llegar a los últimos lugares de la lista.

Décadas de importantes ingresos petroleros se dedicaron en buena parte al consumo hedonista, a la rumba. La herencia petrolera se recibió con antelación y se dilapidó, especialmente en este siglo. El ataque al concepto empresarial de las compañías anónimas que típicamente se consideran sociedades de responsabilidad limitada, se cambió por uno muy narcisista-hedonista que sería el de entidades, sobre todo estatales, de irresponsabilidad ilimitada. ¿Cuántas veces han quebrado los bancos estatales, sin mencionar la absoluta quiebra del bolívar como signo monetario? ¿Cómo están las empresas expropiadas y la misma PDVSA?

Un narcisismo entendido como vanidad perdonable parece ser tolerado y hasta aplaudido por el vulgo. Detrás de eso lo que realmente ocurre es una profundamente psicopática falta de empatía y un corazoncito de mentira que celebra la impunidad con la que estos reincidentes regresan una y otra vez a exprimir al padre-nación. Un padre ya ciego, sordo, senil, que se ha ido quedando solo porque los hermanos mayores murieron o se fueron a países donde no reina la impunidad.