- Matar
- Robar
- Engañar
- Apresar
- Humillar
- Desmoralizar
- Someter
- Ordenar
- Etc.
Esa lista es, en gran parte, una lista de delitos. Pero en las guerras no tiene sentido hablar de delitos en el sentido convencional y civilizado del término. Se menciona la posibilidad de crímenes de guerra, pero quienes los cometen no siempre resultan condenados por ello, a menos que sean del ejército perdedor.
Cuando situaciones cotidianas como la producción, importación, venta y consumo de alimentos se enmarcan dentro del concepto de guerra; o cuando la política también se considera parte de una lucha, pero esta se entiende como una especie de guerra, ocurre que quienes lo promueven se podrían estar beneficiando de dos maneras: por un lado, pueden asumir que están autorizados para realizar actividades típicas de la guerra (véase la lista de arriba); pero además, por otro lado, asumen que ejecutar esas actividades no debería ser interpretado como delito y, por lo tanto, ellos como perpretadores no recibirían ningún tipo de castigo o, por el contrario, serían hasta premiados con reconocimientos y honores.
En Venezuela el gobierno está considerando la cotidinidad como una guerra. No sólo hablan de guerra, lo que podría tomarse como un ocurrente uso metafórico del término que no necesariamente tendría que acarrear consecuencias como efecto de hacerla de modo literal; si no que la semana pasada, el propio presidente ha nombrado al general, que es su ministro de defensa, como jefe plenipotenciario encargado de comandar a todos los ministerios. Imagínese usted lo que puede pasar.
Aunque con ese nombramiento no va a haber tanta novedad. Casi 20 años de un gobierno marxistoide ha ido naturalizando la lucha (guerra) de clases como algo inevitable y hasta deseable que ocurra. Las clases desposeídas han entendido ese discurso como la posibilidad de que se les cancele la "deuda" social. Lo que necesitan o lo que desean, si está a la mano, lo toman. Vía corrupción, o vía robo puro y simple, se trate de bienes materiales o de bienes intangibles (como posiciones de autoridad, estructuras y nombres de partidos políticos o atribuciones de poderes nacionales), la impunidad generalizada se ha justificado tácitamente, tal como se les permite a los soldados en las guerras frente a quienes sean sus enemigos.
Ciertamente, la vida en sociedad no es un puro "amor y paz" 100% total. Ni siquiera los niños en pre-escolar pueden alcanzar esa total armonía social, aunque pareciese que tendrían más posibilidades de lograrlo por no estar "contaminados" por intereses, como lo estamos los adultos, porque en toda sociedad existen conflictos entre individuos que luchan individualmente o en grupo por alcanzar sus metas.
Pero el militarismo es un juego sin reglas. Es un fútbol absurdo, en el que siempre gana el mismo equipo (y no precisamente porque juegue mejor). Venezuela es hoy un fastidio verde oliva, en vías de convertirse en el horror verde oliva que es Cuba o Corea del Norte.
No validemos ese discurso de guerra. Reconstruyamos al país sobre bases democráticas de libertad e igualdad de oportunidades, con la realización del Referendo Revocatorio en 2016, que no es otra cosa que despedir a un equipo de gobierno, a unos empleados, que por incompetentes (y algunos hasta delincuentes), han arruinado al país.
¡No al fastidio del control abusivo y violento de los militares!
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