Lidiar con oligarcas parece ser lo de menos, al menos para representantes diplomáticos con sede en Caracas y otras ciudades del país. He escuchado muchas veces algo como: "Entre países no existen amistades, sino intereses." Esto, entre líneas, no es otra cosa sino: "No importa si son corruptos, con tal de que hagan lo que nos beneficie."
Así se explica como funcionarios cuyas declaraciones, actitudes y resultados de gestión exudan corrupción (aunque la fiscalía no los haya investigado ni mucho menos imputado), reciban las visas que soliciten para viajar y hacer turismo, negocios o ambas actividades, donde les de la gana. O, si son nombrados diplomáticos, los acogen tranquilamente. No pareciera que ningún consulado hace su trabajo, o peor aún, parecieran cómplices de quienes se dedican a estafar a toda una nación que por las riquezas que tiene, no se justificaría que esté sumida como está en la más absoluta miseria y escasez.
Pero lo más grave es que esa conducta "diplomática" se enseña en las universidades. Brasil, por ejemplo, es famoso por la frialdad estratégica de los funcionarios de Itamaraty. Ese interés de cortísimo plazo de relacionarse con funcionarios corruptos pareciera ser de lo más normal para muchas otras cancillerías de América Latina y el Caribe. Los maestros en el asunto han sido sin duda los europeos y Estados Unidos. Y estos, a su vez, aprendieron de sociedades milenarias como la China a quienes "no se le agua el ojo" para hacer negocios con el peor pirata que les pase por enfrente.
Si algo ha demostrado el tsunami de inmoralidad y corrupción que arrasó a Venezuela es que destapó una increíble complicidad internacional hacia quienes tienen algo que ofrecer, sea esto petrodólares en fuga, concesiones petroleras y mineras, o apetito por negocios turbios de armas y alimentos. Con los #PanamaPapers han sido periodistas (no diplomáticos), quienes ejecutaron el pitazo ético para que los árbitros saquen tarjetas amarillas o rojas a tanto jugador sucio.
Si los árbitros de FIFA fuesen diplomáticos, jamás habrian utilizado el pito o las tarjetas. Solamente conversarían para ver si obtienen algo que les interese: un balón regalado, una colita en el autobús del equipo, o un "aporte" en dinero o en especias. Alguien com Esquivel se habría sentido clonado en esos árbitros "diplomáticos" y los partidos, tal como lo sentimos en los países arrasados por la corrupción, no sólo serían fastidiosísimos sino dolorosos.
Un planeta plagado de cómplices sólo da vueltas sin sentido. Que diplomáticos aprendan de ética con periodistas y otras profesiones puede contribuir al cambio global que necesitamos: un planeta libre, solidario y en continuo desarrollo dentro de la Modernidad.
Ojo internacionalistas.
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