Así los libros son como casas de espíritus en las que el del autor y el del texto en sí mismo, conviven. La actividad de leer consiste entonces en hacer visitas a esas casas de muchas habitaciones y espacios, donde ocurren manifestaciones de esos espíritus. Si el autor opta por escribir una novela, la cantidad y variedad de espíritus presentes se multiplican. Pero hay espíritus de espíritus.
Me pregunto si el lenguaje en sí mismo, esos idiomas en los que están escritos textos particulares por autores particulares, tienen además sus propios espíritus, que vagan por todas esas casas (libros) de las que estamos hablando. A ver: si se trata de un libro traducido este pasaría a ser quizás una casa mucho más grande; o a lo mejor de igual tamaño pero con más espíritus conviviendo allí. Por lo menos se le suman el del traductor, el del idioma original y con este los de una cantidad de espectros de palabras que quedaron de alguna manera presentes.
El oficio de escritor está entonces mucho más cerca del de los mediums y de los brujos que de los de otras profesiones. Los escritores fabrican fantasmas, pero también entidades vivas con cuerpos constituidos por palabras-células. Los escritores son fábricas de otredades, de las que salen otros otros, entidades diferentes a ellos y a sus lectores. Por eso leer es fundamentalmente atreverse a encontrarse con otros distintos a uno mismo.
(*) Gracias a Ernesto Borges de Caracas Crítica por la conversación sobre un texto de Maurice Blanchot, que dio pie a esta reflexión.
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