Una vez un señor invitó a todo un país, que estaba apagado y triste, a hacer fiestas. Desde la televisión, la radio, la prensa e Internet el señor dijo: "¡Vamos todos a hacer fiestas! Hagamos fiestas en todas partes. No esperemos por vacaciones, ni ninguna celebración de cumpleaños o cualquier otro motivo. El momento es ahora. No esperemos más. ¡A divertirnos!".
Mucha gente se sintió convocada y compraron de beber, de comer y colocaron música para bailar, mesas para sentarse y conversar; contrataron simpáticos animadores vestidos estrafalariamente que se encargaron de los niños, que además se divertían en miniparques temáticos. Gentes de todas las edades comenzaron pues a fiestar en sana paz.
Sin embargo, como es de esperarse había coyotes rondando a las ovejas. Al tratarse de fiestas en las calles, personas inescrupulosas comenzaron a hacer daño robando, o fastidiando a las damas y las reuniones abiertas se comenzaron a complicar por el exceso de bebida. Hubo disparos que produjeron heridos y hasta personas muertas. Mucha gente huyó de los lugares pero manejaban pasados de tragos y terminaban chocando sus vehículos con saldos de heridos y también, lamentablemente, de muertos. Otros, que no se desplazaban como locos, pero mientras esperaban en semáforos eran asaltados o secuestrados. Las fiestas terminaron y muchos salieron afectados, algunos de manera irreversible.
La fiscalía de ese país imputó al señor que lanzó la idea de fiestar en sana paz. Argumentó que él era quien había provocado, con su convocatoria, los daños a bienes y personas. A pesar de no existir ninguna prueba que demostrara la relación entre invitar a hacer fiestas y los delitos cometidos en ellas, la juez que llevaba el caso lo condenó a prisión por un lapso de 14 años.
Algunas de las personas agredidas durante las fiestas también fueron absurdamente condenadas o sometidas a regímenes de presentación en tribunales.
Casi ninguno de los delincuentes que atacaron a quienes sólo querían divertirse, o que querían regresar a sus casas luego del saboteo a las fiestas, fueron perseguidos por la fiscalía.
No hace falta un esfuerzo intelectual demasiado profundo para descubrir a qué se parece lo que acabo de relatar. El equivalente a las fiestas en el ámbito político de una sociedad libre y democrática no son sólo las votaciones, sino también las protestas. Protestar pacíficamente y que luego algunas de las protestas sean transformadas en actos violentos, no guarda relación con el hecho de haber convocado legítimamente a protestar.
Una "metáfora" muy elegante para delatar verdades. Gracias por tu reflexión y ojalá pudiera ser interpretada por alguno de los protagonistas perversos de esta obra del absurdo.
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