Situémonos a una distancia de 100 años del
presente, momento en el que la burguesía (entendiendo por burguesía la cultura
y valores dominantes surgidos como causa/consecuencia de la revolución
industrial) se encuentra si se quiere en la cúspide de su poder, pero también
en un importante momento de transición. La Primera Guerra Mundial estallaba,
enterrando unas de las últimas pretensiones de parte de la realeza de continuar
dominando políticamente a Europa y así impedir el dominio generalizado de la
burguesía.
A principios del siglo
XX, científicos como Poincare, Einstein, Planck y Heisenberg, cuestionaban los
modelos positivistas y excesivamente rígidos que la academia veneraba ante
imágenes cuasi-religiosas de Newton, Euler, Bernoulli o Lavoisier. Artistas como Cezanne,
Matisse, Gaugin, Van Goh, Braque o Picasso cuestionaban igualmente al arte como
representación. De allí que impresionistas, fauvistas, cubistas se despedían de
la imagen representacionista y se atrevían a explorar la otra imagen, la
intervenida, la que casi habla y dificulta el simple ejercicio automático de
contemplar. Igualmente ocurría en música con Stravinsky, o en danza con
Nijinsky. También políticamente,
Lenin hacía realidad el sueño marxista con su Revolución de Octubre y se
comenzaba a asomar la posibilidad de que surgiera una nueva cultura que
terminara sustituyendo a la burguesa dominante.
Dada la fortaleza de la
cultura burguesa, el surgimiento de una nueva cultura quizás requería no sólo
de diferentes ataques, sino también de un diseño que integrara congruentemente
los nuevos valores, un diseño que resultara de la participación de uno o más
diseñadores.
Quizás por esa necesidad
Marcel Duchamp irrumpió en la escena.
Duchamp nace en Francia
en 1887 y 81 años más tarde muere también en ese país. Su hogar fue el típico
núcleo familiar tradicional burgués. Con padre oficinista, citadino y madre ama
de casa, contó con las facilidades para crecer y educarse sin
obstáculos. Era el tercero
de los varones de la familia. Los mayores, Jacques y Raymond, a pesar de haber
cursado estudios universitarios, decidieron ser artistas: el primero plástico y
el segundo escultor. Son referencia para el menor, quien siguió sus pasos y
comenzó también a pintar.
Se fue a Paris sin
separarse radicalmente de su familia. Visitaba a sus hermanos regularmente, que
ya vivían en esa ciudad, y también a sus padres que permanecían en Ruan, una
pequeña ciudad de la provincia. Pero esto no le impidió comenzar su
cuestionamiento radical del Arte. Se planteó ir más allá de la pintura retiniana
e incluso más allá de la pintura en sí misma. Buscó incorporar ideas con, entre
otras cosas, una especial dedicación a escoger temas y títulos para sus obras.
Un tema recurrente fue el de la mujer y el sexo. Entre algunos ejemplos de
títulos, tenemos: “Tránsito de virgen a novia”; “Desnudo bajando una escalera”;
“La novia desnudada por su solteros, aún (El Gran Vidrio)”; “Dados: 1. La
Cascada. 2. La Lámpara a Gas”. Duchamp hizo un viaje propio de un diseñador:
fusionó pasión y razón, adentro y afuera, función y forma, máquina y ser vivo; emprendió
así el viaje con destino a un cambio cultural profundo. Un cambio que implicaba
rupturas, pero también continuidades. Un cambio diferente a otros que
paralelamente competían para sustituir los valores culturales burgueses.
“Mucho mejor que cambiar
de religión sería cambiar de sexo” dijo alguna vez y creó una personalidad
femenina de sí mismo a quien llamó Rrose Selavy. Regresaba de Nueva York y
Buenos Aires a Paris, para reencontrarse con sus amigos y artistas. Nunca se
planteó divulgar cuestionamientos directos, como típicamente los miembros de las
vanguardias (Cubismo, Dada, Surrealismo, etc.) acostumbraban a hacer con
manifiestos altisonantes.
Su estrategia
comunicacional descansaba sobre movimientos oblicuos e indirectos expresados a
través de sus obras y de su propia apariencia personal. Cuestionaba al esquema
patriarcal, a la familia nuclear, a los dogmatismos, a la artificial separación
entre ciencia y arte, a la innecesaria división entre texto e imagen, entre
imaginación y contemplación, entre lo que quedaba dentro y lo que permanecía
fuera de museos y galerías. Ya hacía tiempo que se había preguntado a sí mismo:
“¿Podemos hacer obras que no sean obras de arte?”
Duchamp alcanzó un
reconocimiento incuestionable como intelectual y artista al haber culminado lo
que consideró su gran obra, El Gran Vidrio, declarándola
“definitivamente inacabada.” Reconoció entonces que su principal y casi única
necesidad sería entonces “dedicarse a jugar ajedrez divinamente.” Sus obras por
desarrollar, muy pocas por cierto, serían una especie de lo que hoy día
llamamos instalaciones, esa combinación de arte y diseño de experiencias,
propia también de los performances. El cambio cultural que planteaba
paralelamente la Revolución Soviética terminaba triturado en las fauces del
totalitarismo de Stalin que, junto al fascismo alemán, arremetía contra la cultura
burguesa para impregnarla con un colectivismo de masas cosificado y utilitario
que se adosaría a la producción industrial. Estallaba entonces la Segunda
Guerra Mundial y la cultura burguesa triunfaría ante esos poderosos enemigos,
pero comenzaría a sucumbir ante los cambios que Duchamp, entre otros, habían
desatado treinta años antes. El Arte, la Música, la Ciencia y la Filosofía,
habían comenzado a ser otra cosa. La cultura burguesa dominante fue desde
entonces cambiando hasta alcanzar hoy día el modo postburgues de ver la vida,
con valores más tolerantes, desapegados e integradores.
Duchamp se mudaría
nuevamente a Estados Unidos. Allí continuó su actividad editorial, curatorial,
comercial, como mercader del arte, y, tangencialmente, su actividad artística
sin que, por supuesto, abandonara el ajedrez. La inversión de energía de cambio
que hizo, le aportaba una creciente rentabilidad cultural. Como se atrevió a vivir
una nueva cultura en carne propia, y además producir obras (que no eran lo que
se consideraba tradicionalmente obras de arte) que sirvieron para comunicar
socialmente ese gran cambio cultural, podemos afirmar que participó
directamente en el diseño de esa nueva cultura que comenzaba a despuntar. Era
un cambio que no se enfocaba en lo que moría, sino en lo que comenzaba a vivir.
Un cambio más parecido a una evolución, que a una revolución. Tal como ocurría,
por ejemplo, con la gradual incorporación del jazz en los 40s que luego
desataba al rock & roll de los 50s y 60s.
Muy distinto a lo que
hizo Mao y la Banda de los 4, quienes pretendieron transformar China con la perversa
Revolución Cultural pero, afortunadamente, sin éxito.
Duchamp se hizo
finalmente ciudadano norteamericano. Su influencia cultural fue creciendo haciéndose
cada vez más extendida y variada. Sin embargo, él mismo había advertido desde
hace tiempo, que se había ido quedando sin nuevas ideas. Su caso se me antoja
como el de un delantero que mete varios goles en los primeros 15 minutos del
primer tiempo y continúa en la cancha pero sin la urgencia de hacer subir el
marcador. En otras palabras, el mandado ya estaba hecho. Como agravante, nunca
tuvo el propósito de tener que ser proselitista. Recordemos que no vociferaba
ni escribía manifiestos, como lo hicieron Tzara y Breton. Quizás el rasgo
hipermediatico que la cultura postburguesa parece ir desarrollando hasta hoy día,
no fue parte de su propuesta caracterizada por mayores grados de libertad e
integración de saberes y experiencias, pero sin estridencias.
Duchamp recorre su última
década en el siglo XX, la de los 60s, como toda una celebridad. Un sector del
Museo de Arte de Filadelfia dedicado a su obra, reuniones con personajes como
Andy Warhol, entrevistas a cada rato, explosión de tesis académicas y libros
escritos sobre su vida y obra corroboraban la profundidad de la huella que
estaba por dejar. Todo indica que en el tablero cultural Duchamp logró darle
jaque mate a la cultura burguesa. El Rey Marcel y la Reina Rrose Selavy, con
sus caballos, alfiles, torres y peones ready-made, lograron mover la sociedad
burguesa hacia algo que hoy podríamos calificar culturalmente de postburguesía:
las ciudades imponen su modo de vida urbano hasta en el campo; Internet conecta
todo con todo y la opinión pública mundial considera como lo más avanzado son
las sociedades más libres, más tolerantes, menos discriminantes, menos
dogmáticas. No sé cómo plantear estas afirmaciones dentro del dipolo
universalismo vs multiculturalismo, porque lo que percibo de Duchamp no parece
moverse entre esos extremos. Quizás Duchamp propuso simplemente una burguesía
2.0 sin pretender que otras culturas con costumbres muy distintas adoptaran su
hiperliberalismo. En todo caso, el diseño de sociedad que puede extraerse de
sus planteamientos parece responder sólo a necesidades pertenecientes al
contexto occidental.
Podría decirse que lo
burgués entra en conflicto con lo postburgues (cosa que todavía ocurre porque
subsiste una importante presencia de esa cultura, así como están presentes
culturas anteriores como las feudales y tribales, aunque en menor medida), pero
no sucede al revés. Los valores postburgueses son más una evolución de lo
burgués que un enfrentamiento. Veamos de qué manera:
El mundo postburgues ha
ido evolucionando entonces bajo un esquema participativo y totalmente
voluntario. Autor y espectador, o creador y usuario de una obra, hacen equipo.
Las separaciones se disuelven ante la posibilidad de recorrer juntos un camino
que se hace al andar, explorando, sin equivocarse excepto por rechazar aprender
o desaprender de cada experiencia. Duchamp superó, quizás inadvertidamente, no
sólo al diseño egocéntrico, sino también al diseño empático, abriéndole la
puerta al codiseño.
Lo sutil y su
observación es otro rasgo importante que Duchamp intuye como parte del mundo
postindustrial. No puede avanzar la sociedad del conocimiento si se desprecia
lo más delicado, lo microscópico y hasta invisible. En un artículo que laí muy recientemente, se coloca una lista de las “10 ideas más grandiosas en la Historia de la Ciencia” muchas de las cuales se refieren a
mecanismos sutiles, algunas obviamente más que otras, como por ejemplo: el ADN,
los Átomos, la Simetría, la Mecánica Cuántica, los Límites de las Matemáticas,
entre otras.
Duchamp hasta creó el concepto de Inframince (o Infraleve), neologismo que indica aquello “por debajo
de lo leve” apuntando a situaciones o eventos como:
- …calor de un asiento que se acaba de dejar
- …un movimiento, una mirada, el paso previo a una acción, una pérdida
- …lo que queda en el espejo cuando se deja de mirar
Decenas de libros han
sido escritos sobre Duchamp. Fue declarado el artista más influyente del siglo
XX, incluso por encima de Picasso. Pero tanto afán, tanta admiración podría
dejarnos sin lo Infraleve. Duchamp
nos propuso más libertad, más integración, más atención para darnos cuenta de
lo maravilloso que cotidianamente nos rodea y no vemos, o no queremos ver. He
ahí el paso para abrazar a la cultura postburguesa: comenzar a vivir el
presente de acuerdo a lo que nos dicte el corazón y la mente,
contradiciéndonos, desapegados, sin repetirnos.
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