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Escribo sobre temas que me interesan, me afectan, me gustan, me intrigan: algo bastante sobre política, pero también hay de urbanismo, diseño y temas diversos.

3.7.13

Marcel Duchamp: Diseñador de la Postburguesía

Situémonos a una distancia de 100 años del presente, momento en el que la burguesía (entendiendo por burguesía la cultura y valores dominantes surgidos como causa/consecuencia de la revolución industrial) se encuentra si se quiere en la cúspide de su poder, pero también en un importante momento de transición. La Primera Guerra Mundial estallaba, enterrando unas de las últimas pretensiones de parte de la realeza de continuar dominando políticamente a Europa y así impedir el dominio generalizado de la burguesía.

A principios del siglo XX, científicos como Poincare, Einstein, Planck y Heisenberg, cuestionaban los modelos positivistas y excesivamente rígidos que la academia veneraba ante imágenes cuasi-religiosas de Newton, Euler, Bernoulli o Lavoisier. Artistas como Cezanne, Matisse, Gaugin, Van Goh, Braque o Picasso cuestionaban igualmente al arte como representación. De allí que impresionistas, fauvistas, cubistas se despedían de la imagen representacionista y se atrevían a explorar la otra imagen, la intervenida, la que casi habla y dificulta el simple ejercicio automático de contemplar. Igualmente ocurría en música con Stravinsky, o en danza con Nijinsky. También políticamente, Lenin hacía realidad el sueño marxista con su Revolución de Octubre y se comenzaba a asomar la posibilidad de que surgiera una nueva cultura que terminara sustituyendo a la burguesa dominante.

Dada la fortaleza de la cultura burguesa, el surgimiento de una nueva cultura quizás requería no sólo de diferentes ataques, sino también de un diseño que integrara congruentemente los nuevos valores, un diseño que resultara de la participación de uno o más diseñadores.

Quizás por esa necesidad Marcel Duchamp irrumpió en la escena.

Duchamp nace en Francia en 1887 y 81 años más tarde muere también en ese país. Su hogar fue el típico núcleo familiar tradicional burgués. Con padre oficinista, citadino y madre ama de casa, contó con las facilidades para crecer y educarse sin obstáculos. Era el tercero de los varones de la familia. Los mayores, Jacques y Raymond, a pesar de haber cursado estudios universitarios, decidieron ser artistas: el primero plástico y el segundo escultor. Son referencia para el menor, quien siguió sus pasos y comenzó también a pintar.

Se fue a Paris sin separarse radicalmente de su familia. Visitaba a sus hermanos regularmente, que ya vivían en esa ciudad, y también a sus padres que permanecían en Ruan, una pequeña ciudad de la provincia. Pero esto no le impidió comenzar su cuestionamiento radical del Arte. Se planteó ir más allá de la pintura retiniana e incluso más allá de la pintura en sí misma. Buscó incorporar ideas con, entre otras cosas, una especial dedicación a escoger temas y títulos para sus obras. Un tema recurrente fue el de la mujer y el sexo. Entre algunos ejemplos de títulos, tenemos: “Tránsito de virgen a novia”; “Desnudo bajando una escalera”; “La novia desnudada por su solteros, aún (El Gran Vidrio)”; “Dados: 1. La Cascada. 2. La Lámpara a Gas”. Duchamp hizo un viaje propio de un diseñador: fusionó pasión y razón, adentro y afuera, función y forma, máquina y ser vivo; emprendió así el viaje con destino a un cambio cultural profundo. Un cambio que implicaba rupturas, pero también continuidades. Un cambio diferente a otros que paralelamente competían para sustituir los valores culturales burgueses.

“Mucho mejor que cambiar de religión sería cambiar de sexo” dijo alguna vez y creó una personalidad femenina de sí mismo a quien llamó Rrose Selavy. Regresaba de Nueva York y Buenos Aires a Paris, para reencontrarse con sus amigos y artistas. Nunca se planteó divulgar cuestionamientos directos, como típicamente los miembros de las vanguardias (Cubismo, Dada, Surrealismo, etc.) acostumbraban a hacer con manifiestos altisonantes.
Su estrategia comunicacional descansaba sobre movimientos oblicuos e indirectos expresados a través de sus obras y de su propia apariencia personal. Cuestionaba al esquema patriarcal, a la familia nuclear, a los dogmatismos, a la artificial separación entre ciencia y arte, a la innecesaria división entre texto e imagen, entre imaginación y contemplación, entre lo que quedaba dentro y lo que permanecía fuera de museos y galerías. Ya hacía tiempo que se había preguntado a sí mismo: “¿Podemos hacer obras que no sean obras de arte?”

Duchamp alcanzó un reconocimiento incuestionable como intelectual y artista al haber culminado lo que consideró su gran obra, El Gran Vidrio, declarándola “definitivamente inacabada.” Reconoció entonces que su principal y casi única necesidad sería entonces “dedicarse a jugar ajedrez divinamente.” Sus obras por desarrollar, muy pocas por cierto, serían una especie de lo que hoy día llamamos instalaciones, esa combinación de arte y diseño de experiencias, propia también de los performances. El cambio cultural que planteaba paralelamente la Revolución Soviética terminaba triturado en las fauces del totalitarismo de Stalin que, junto al fascismo alemán, arremetía contra la cultura burguesa para impregnarla con un colectivismo de masas cosificado y utilitario que se adosaría a la producción industrial. Estallaba entonces la Segunda Guerra Mundial y la cultura burguesa triunfaría ante esos poderosos enemigos, pero comenzaría a sucumbir ante los cambios que Duchamp, entre otros, habían desatado treinta años antes. El Arte, la Música, la Ciencia y la Filosofía, habían comenzado a ser otra cosa. La cultura burguesa dominante fue desde entonces cambiando hasta alcanzar hoy día el modo postburgues de ver la vida, con valores más tolerantes, desapegados e integradores.

Duchamp se mudaría nuevamente a Estados Unidos. Allí continuó su actividad editorial, curatorial, comercial, como mercader del arte, y, tangencialmente, su actividad artística sin que, por supuesto, abandonara el ajedrez. La inversión de energía de cambio que hizo, le aportaba una creciente rentabilidad cultural. Como se atrevió a vivir una nueva cultura en carne propia, y además producir obras (que no eran lo que se consideraba tradicionalmente obras de arte) que sirvieron para comunicar socialmente ese gran cambio cultural, podemos afirmar que participó directamente en el diseño de esa nueva cultura que comenzaba a despuntar. Era un cambio que no se enfocaba en lo que moría, sino en lo que comenzaba a vivir. Un cambio más parecido a una evolución, que a una revolución. Tal como ocurría, por ejemplo, con la gradual incorporación del jazz en los 40s que luego desataba al rock & roll de los 50s y 60s.

Muy distinto a lo que hizo Mao y la Banda de los 4, quienes pretendieron transformar China con la perversa Revolución Cultural pero, afortunadamente, sin éxito.

Duchamp se hizo finalmente ciudadano norteamericano. Su influencia cultural fue creciendo haciéndose cada vez más extendida y variada. Sin embargo, él mismo había advertido desde hace tiempo, que se había ido quedando sin nuevas ideas. Su caso se me antoja como el de un delantero que mete varios goles en los primeros 15 minutos del primer tiempo y continúa en la cancha pero sin la urgencia de hacer subir el marcador. En otras palabras, el mandado ya estaba hecho. Como agravante, nunca tuvo el propósito de tener que ser proselitista. Recordemos que no vociferaba ni escribía manifiestos, como lo hicieron Tzara y Breton. Quizás el rasgo hipermediatico que la cultura postburguesa parece ir desarrollando hasta hoy día, no fue parte de su propuesta caracterizada por mayores grados de libertad e integración de saberes y experiencias, pero sin estridencias.

Duchamp recorre su última década en el siglo XX, la de los 60s, como toda una celebridad. Un sector del Museo de Arte de Filadelfia dedicado a su obra, reuniones con personajes como Andy Warhol, entrevistas a cada rato, explosión de tesis académicas y libros escritos sobre su vida y obra corroboraban la profundidad de la huella que estaba por dejar. Todo indica que en el tablero cultural Duchamp logró darle jaque mate a la cultura burguesa. El Rey Marcel y la Reina Rrose Selavy, con sus caballos, alfiles, torres y peones ready-made, lograron mover la sociedad burguesa hacia algo que hoy podríamos calificar culturalmente de postburguesía: las ciudades imponen su modo de vida urbano hasta en el campo; Internet conecta todo con todo y la opinión pública mundial considera como lo más avanzado son las sociedades más libres, más tolerantes, menos discriminantes, menos dogmáticas. No sé cómo plantear estas afirmaciones dentro del dipolo universalismo vs multiculturalismo, porque lo que percibo de Duchamp no parece moverse entre esos extremos. Quizás Duchamp propuso simplemente una burguesía 2.0 sin pretender que otras culturas con costumbres muy distintas adoptaran su hiperliberalismo. En todo caso, el diseño de sociedad que puede extraerse de sus planteamientos parece responder sólo a necesidades pertenecientes al contexto occidental.

Podría decirse que lo burgués entra en conflicto con lo postburgues (cosa que todavía ocurre porque subsiste una importante presencia de esa cultura, así como están presentes culturas anteriores como las feudales y tribales, aunque en menor medida), pero no sucede al revés. Los valores postburgueses son más una evolución de lo burgués que un enfrentamiento. Veamos de qué manera:



El mundo postburgues ha ido evolucionando entonces bajo un esquema participativo y totalmente voluntario. Autor y espectador, o creador y usuario de una obra, hacen equipo. Las separaciones se disuelven ante la posibilidad de recorrer juntos un camino que se hace al andar, explorando, sin equivocarse excepto por rechazar aprender o desaprender de cada experiencia. Duchamp superó, quizás inadvertidamente, no sólo al diseño egocéntrico, sino también al diseño empático, abriéndole la puerta al codiseño.

Lo sutil y su observación es otro rasgo importante que Duchamp intuye como parte del mundo postindustrial. No puede avanzar la sociedad del conocimiento si se desprecia lo más delicado, lo microscópico y hasta invisible. En un artículo que laí muy recientemente, se coloca una lista de las “10 ideas más grandiosas en la Historia de la Ciencia” muchas de las cuales se refieren a mecanismos sutiles, algunas obviamente más que otras, como por ejemplo: el ADN, los Átomos, la Simetría, la Mecánica Cuántica, los Límites de las Matemáticas, entre otras.

Duchamp hasta creó el concepto de Inframince (o Infraleve), neologismo que indica aquello “por debajo de lo leve” apuntando a situaciones o eventos como:
  • …calor de un asiento que se acaba de dejar
  • …un movimiento, una mirada, el paso previo a una acción, una pérdida
  • …lo que queda en el espejo cuando se deja de mirar

Decenas de libros han sido escritos sobre Duchamp. Fue declarado el artista más influyente del siglo XX, incluso por encima de Picasso. Pero tanto afán, tanta admiración podría dejarnos sin lo Infraleve. Duchamp nos propuso más libertad, más integración, más atención para darnos cuenta de lo maravilloso que cotidianamente nos rodea y no vemos, o no queremos ver. He ahí el paso para abrazar a la cultura postburguesa: comenzar a vivir el presente de acuerdo a lo que nos dicte el corazón y la mente, contradiciéndonos, desapegados, sin repetirnos.

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