Blog personal en el que...

Escribo sobre temas que me interesan, me afectan, me gustan, me intrigan: algo bastante sobre política, pero también hay de urbanismo, diseño y temas diversos.

9.12.24

Comentario al artículo de Roberto Casanova sobre los normalizadores y el silencio


Mi querido amigo y profesor Roberto Casanova publicó recientemente un interesante artículo en La Gran Aldea. Se titula "Voceros empresariales y cívicos: si tus palabras no son mejores que el silencio…". Me permito con la confianza que le tengo al Profe, compartir unos comentarios sobre lo propuesto por él.

Roberto comienza recordando al maestro Shaolin indicándole algo a su discípulo de la serie de los 70s, Kung Fu. Lo que refiere podría verse como la versión Zen de una máxima que a algunos venezolanos les gusta decir de vez en cuando (a mí no me gusta y de allí parten emocionalmente mis comentarios): "Calladita(o) te ves más bonita(o)." Esa especie de acto censurador individual puede estar basado en buenas intenciones, como deben ser las de Roberto, pero en muchos casos no.

Una lista (quizás incompleta) de mis argumentos en contra de esa idea de mandar a callar a la gente es la siguiente:

1. Libertad y error:
La libertad de expresión consiste en poder decir cualquier cosa, sin que uno tenga que callar lo que pudiese resultar peor que el silencio. Como adultos, se asumen las consecuencias de todo acto del habla. Si no se dice todo, podrían haber menos errores pero los errores a veces generan posibilidades interesantes.

2. Diálogo ilimitado y democracia:
Toda actividad humana es por naturaleza incompleta. Los diálogos no tienen punto final. Impedir la comunicación porque se siente manipulada, frustrante, ineficiente, es como renunciar a la resiliencia. Las estrategias incluyen un componente comunicacional ineludible, especialmente en la arena democrática. Si la democracia fuese algo concreto, o sea mucho más que una idea, la definiría como una interminable conversación.

3. Democracia quita-y-pon:
Al involucrarse con un régimen anti-democrático de tal manera como lo están haciendo los normalizadores-apaciguadores, la democracia pasa a ser accesoria y hasta incómoda para ellos. Más que quedarse callados, el tema sería hacer que rompan esos vínculos que los benefician pero que también los hacen cómplices. Si siguieran vinculados y callados, no se ganaría mucho.

4. Guerra y comunicación:
Las palabras son proyectiles y no simples ruidos emitidos por opinadores. Si decidieran callarse dispararía menos, pero no necesariamente dejarían de apoyar al enemigo a través de acciones y omisiones. Duele aceptar que gente que uno conoce y aprecia por ser parte de ONGs, asociaciones gremiales y de la intelectualidad del país, nos está disparando. Quizás por ello, el plantearles callar se deba a un instinto de protección ante lo hiriente de sus proyectiles-palabras.

5. Escala de grises:
Nadie es blanco o negro 100%. En esa escala de grises de quienes opinan públicamente con intenciones de lograr armonía entre las partes, hay posibilidades de trazar la raya de tal forma que todos no queden metidos en un mismo saco. Los criterios para distinguir grises oscuros de los más claros son múltiples: capital relacional del opinador; trayectoria; inteligencia; cariño… etc. Entre los normalizadores hay grises oscuros que hemos criticado duramente desde hace décadas. Pero no metería a algunos grises claros en ese mismo saco.

En resumen, al final es preferible que los normalizadores digan lo que se les ocurra; que metan la pata y ver si eso se puede aprovechar en contra del régimen. En todo caso, habrá que dialogar indefinidamente, especialmente si cuando votamos decimos algo. El 28J no nos quedamos callados. Les dijimos mayoritariamente “ya no queremos que sigan gobernándonos.” Los sicofantes merecedores de nuestras peores criticas dicen que lo mejor era habernos quedado callados y “negociar” una transición sin meter la pata de insultar al régimen. Aunque tuviesen razón, la sensación del 29J fue súper agradable y, con todo el sufrimiento que el régimen ha infligido, siento que teníamos que haber hablado de esa manera, con las actas como alto parlantes extraños pero convincentes ante todo el que haya querido escuchar lo que dijimos.